8 de diciembre de 2014
Superar divisiones para luchar por la dignidad
Diego Cazorla fue uno de los tantos autoconvocados por la crisis económica de 1999, en la que los trabajadores dejaron de lado sus diferencias sectoriales para dar lugar a una genuina manifestación social.
Textos: Esperanza Verón
De la Redacción
Es difícil establecer cuánto quedó de ese proceso en la gente. Notó cierto conformismo, porque atravesar una lucha, salir a marchar, es doloroso, no fue fácil.
En la intersección de la avenida 3 de Abril y la calle Chaco, hay dos cruces que dan la cara al puente General Belgrano. Están ahí no sólo para homenajear a Mauro Ojeda y a Francisco Escobar, asesinados en la represión de Gendarmería Nacional en diciembre de 1999; sino también para recordar al pueblo correntino una de las movilizaciones sociales más grandes y trascendentales en la historia política local y, por qué no, nacional.
El miércoles 17 se cumplen 15 años de la represión que puso fin a la lucha que llevaron adelante cientos de trabajadores públicos para defender su dignidad, como Diego Cazorla, quien fue uno de los tantos damnificados directos del endeudamiento del Gobierno provincial correspondiente con el partido de color naranja.
Durante meses, los empleados públicos no cobraron sus sueldos, por lo que las marchas, manifestaciones y la instalación de carpas en la plaza 25 de Mayo fueron las herramientas para poder defender su dignidad y construir la fortaleza de un pueblo que se organizó de forma genuina.
-¿Cuándo comenzó el proceso de movilización?
-Si bien la primera toma del puente fue el 7 de junio de 1999, meses antes los trabajadores comenzaron a marchar, convocando en dos de las manifestaciones a más de seis mil personas.
-¿Los intereses de los trabajadores estaban unificados?
-Hubo dos sectores muy grandes, uno en el que estaban aquellos que al lograr echar al Gobernador y al Intendente vieron colmadas sus expectativas y se retiraron de la plaza, y el otro conformado por aquellos que nos seguimos quedando. En mi caso, si bien no cobraba el sueldo, mi presencia era en calidad de militante de Derechos Humanos, por lo que estaba instalado en la carpa número 9, una de las 200 que había en la plaza, con los integrantes de la Comisión.
-¿Se tenía un real conocimiento de la situación?
-Yo tuve la casualidad y la suerte de que al trabajar en la Legislatura se conocían rumores de que no se iba a refinanciar la deuda a la Provincia, por lo que se sabía que en algún momento la realidad iba a estallar. En las calles también había descontento, ya que había atraso salarial.
-Una vez que los trabajadores se instalaron en la plaza 25 de Mayo, ¿cómo era la convivencia?
-En la Plaza del Aguante, como la rebautizamos, la convivencia era excelente. Había referentes de distintos sectores, lo que demostraba que era un proceso genuino que se generó porque el pueblo se cansó y dejó de lado las divisiones. Éramos autoconvocados, convocados al margen de estructuras partidarias y sindicales tradicionales.
-¿Cómo era el día a día?
-Era como un hormiguero pateado, ya que la gente estaba muy movilizada, así como muchos que dependían de la comida que se deba en la plaza.
-A medida que pasaba el tiempo, disminuían recursos como los alimentos. ¿Sucedió lo mismo con el ánimo de la gente?
-Al contrario, el ánimo se encendía aún más, ya que había que suplir falencias con entusiamo, aún superando represiones como las del puente; como la del 28 julio, en la que resultó herido Juanchi Pereyra, y la última en la que la Gendarmería atacó por la noche y resultaron muertos Mauro Ojeda y Francisco Escobar.
-¿En la actualidad qué representa el correntinazo en el imaginario colectivo?
-Es difícil establecer cuánto quedó de ese proceso en la gente. Notó cierto conformismo porque atravesar una lucha, salir a marchar, es doloroso, no fue fácil, pero también es cierto que a ningún Gobierno se le ocurre pagar fuera de término porque hay un cierto temor a la gente.