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EL TIEMPO EN LA CRUZ

OPINIÓN

27 de abril de 2013

Una fisura en el muro de la dominación

Por Ricardo Forster
Si regresamos diez años atrás y tratamos de reconstruir la escena argentina que hizo posible la llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia, seguramente nos encontraríamos con una situación compleja, crítica, indescifrable y en gran medida encerrada en un laberinto.

No había ninguna condicionalidad histórica para que Néstor fuera candidato y menos presidente. La Argentina y gran parte de su sociedad estaba disponible más bien para la continuidad de los que había sido –en gran medida– la matriz de los años '90. 
Podría haber habido un ballotage entre Carlos Menem y Ricardo López Murphy, ambos intercambiables respecto a una visión del mundo completamente atravesada por una concepción neoliberal. Podía haber sido candidato Carlos Reutemann, pero nunca sabremos qué misterio le impidió aceptar la candidatura que le ofrecía Eduardo Duhalde; de haberlo sido seguramente hubiera ganado. 
Podría haber sido algún otro de los candidatos de PJ, como José Manuel De la Sota, pero lo cierto fue que Kirchner se metió casi en una fisura en el muro de un país atravesado por la crisis. Por una forma de dominación que estallaba en mil pedazos pero que todavía no ofrecía alternativas. Y logró, aprovechando ese descuido de los poderes corporativos en la Argentina, de manera inesperada y azarosa, siendo casi desconocido para la mayoría de los argentinos, viniendo del sur profundo, de los vientos patagónicos, ganar una elección con un poco más del 22% de los votos. 
Menem le impidió, renunciando ex profeso a la segunda vuelta, que legitimara con un gran porcentaje de votos lo que iba a ser su Presidencia. Intentó debilitarlo desde el comienzo, de la misma manera que las corporaciones lo intentaron, por ejemplo a través de José Claudio Escribano de La Nación, quien le dijo que si no aceptaba la agenda de gobierno que ellos le proponían su gestión no iba a durar más de un año. 
Lo cierto es que Kirchner llega contra corriente de una época que todavía nos mostraba un país desfondado, con sus instituciones profundamente deslegitimadas, con un Estado destruido por las políticas neoliberales, con una parte fundamental de los argentinos debajo de la línea de pobreza e indigencia, con una desocupación que no había retrocedido; una escena absolutamente en estado de crisis. 
Cuando pronuncia su ya famoso y entrañable discurso de asunción, el 25 de mayo de 2003, y dice que viene en nombre de una generación diezmada y que no piensa dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, le está diciendo al país que quiere invertir dramáticamente los términos de los que había sido la política y su dirigencia, al menos desde el fracaso de Ricardo Alfonsín en adelante. 
Kirchner viene a decirle a la sociedad que tiene una voluntad de transformación, pero hay una sociedad que es incrédula, escéptica y que no quiere creer en un discurso, sino que quiere ver esas transformaciones plasmadas en hechos concretos. Pero ya hay algo en ese discurso que a muchos nos conmovió, nos hizo preguntarnos si era imaginable un giro en una historia de decadencia que venía repitiéndose en la Argentina. 
Sin dudas que la llegada hace diez años de Kirchner al gobierno implica un punto de inflexión, la posibilidad de colocar a la Argentina que está recorriendo todavía de a poco la región. 
Ya había llegado Hugo Chávez a Venezuela, ya Luiz Inácio "Lula" Da Silva había hecho lo propio en Brasil, ya habían algunas señales –todavía tenues, pero intensas– de que nuevos aires venían a recorrer Sudamérica. Y Néstor Kirchner viene a expresar eso: la memoria de una generación y que aquellos sueños de otro tiempo podían ser recuperados bajo las condiciones de una Argentina que tenía que reconstruirse. Cuando pronuncia aquel recordado discurso está diciendo que es posible construir otra relación con el pasado oscuro de la dictadura y de la década del '90, y es posible también imaginar un horizonte que hasta ese momento estaba oscuro.
Cuando el 27 de abril Néstor Kirchner sale segundo en la elección, pero gana luego del abandono de su rival a una segunda vuelta, algo distinto comienza a sacudir la vida argentina. Todavía era una apuesta y un discurso que iba a contrapelo de las tendencias dominantes, reivindicando la memoria histórica y la política como un instrumento clave para transformar la sociedad y algo fundamental: la aparición de una voluntad. 
Cuando uno piensa en Kirchner piensa en una voluntad que es capaz de enfrentarse a un tiempo de desasosiego, que es capaz de enfrentarse contra el viento de la decadencia, como si estuviera caminando contra el viento en su Patagonia natal, Kirchner llega para caminar contra el viento de la destrucción que había asolado la Argentina durante mucho tiempo. 
A la distancia, diez años después, podemos palpar que hay otra Argentina. Una Argentina que ha recorrido un camino de intensas transformaciones y que prácticamente no ha dejado nada por tocar. 
Esas transformaciones estaban en aquel discurso del 25 de mayo de 2003, pero le hacía falta la prueba de la historia. Esas transformaciones estaban en ese candidato casi desconocido que se presenta contra viento y marea y que hubiera ganado arrasadoramente en la segunda vuelta. 
Kirchner vino a decir que existe una tradición dentro de un proyecto político, que se inscribe en lo mejor de la tradición argentina y latinoamericana: de lo popular, de lo nacional, de lo democrático y de lo igualitario. Un 27 de abril empezamos a sentir que algo se abría, como una fisura todavía muy pequeña, en el muro de la dominación.

  Fuente:tiempo.infonews.com

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