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EL TIEMPO EN LA CRUZ

2 de noviembre de 2013

Las tres décadas ganadas

El 30 de octubre de 1983 la sociedad argentina volvía a las urnas. El triunfo de Alfonsín, los traspasos de mando y los hechos salientes de treinta años que quedarán en la historia

Con todas sus falencias a cuestas, la democracia argentina cumple treinta años ininterrumpidos desde aquella elección del 30 de octubre de 1983 que clausuró el período más oscuro de la vida política argentina. Lejos están de haberse cumplido muchas de las expectativas sociales que se depositaron en el sistema en aquel momento. Aquella aseveración alfonsinista de que “con la democracia se come, se cura y se educa” quedó –con el devenir de la historia– en un deseo voluntarista. Sin embargo, las tensiones y los conflictos que se desarrollaron a lo largo de todo este período tuvieron la particularidad de que se dieron dentro del marco institucional que establece la democracia y sin que se suprimieran las libertades básicas. En un país que hasta 1983 estaba acostumbrado a que las crisis se resolvieran golpeando la puerta de los cuarteles, este aniversario es motivo de celebración.
 
“Si bien se trata de un proceso con marchas y contramarchas, soy bastante optimista con respecto a estos treinta años de democracia”, sostiene Germán Pérez, politólogo del Instituto Gino Germani. “Creo que ha habido un proceso de fortalecimiento, no necesariamente en función del desarrollo, pero sí en la consolidación de formas más pluralistas y democráticas de oposición a proyectos políticos o económicos más autoritarios o concentrados”, completa.
Posiblemente uno de los elementos que esta vez garantizó la perdurabilidad del sistema democrático hayan sido las condiciones en que se dio su recuperación. Como lo señala Mauricio Dalessandro, politólogo del Conicet, “la vuelta a la democracia en 1983 se dio sin ningún condicionamiento del régimen militar saliente, un factor que no se replicó en otros países de la región, como Brasil o Chile. Pasó lo que en la ciencia política se denomina transición por ruptura, y por lo tanto los partidos políticos salieron a competir entre ellos sin ningún acuerdo previo con las cúpulas militares”. Esta cuestión fue la que le permitió a Raúl Alfonsín llevar adelante el Juicio a las Juntas militares, lo que también se constituyó en un hecho inédito en toda la región. Claro que esta decisión no estuvo exenta de tensiones y derivó en tres levantamientos militares que padeció el gobierno radical. Sin embargo, para el historiador Gabriel Di Meglio, haber podido sortear esas crisis sumó otro elemento de fortalecimiento de la democracia. “Si bien los militares no tenían el consenso social tácito para un golpe de Estado, todavía tenían mucho poder. Pero la movilización popular fue fundamental para frenar cualquier intentona y a la vez marcó un cambio cultural de la sociedad porque anteriormente los golpes militares contaban con cierta legitimidad social”, afirma.

Claro que estos fortalecimientos no fueron gratuitos. Así como los intentos golpistas no prosperaron, el costo que se pagó fue la sanción de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que pusieron límite a los juicios por violaciones a los derechos humanos. Se trató de la primera gran desilusión. Para Di Meglio, esa sensación se cristalizó en el ’89, cuando la democracia expuso su faceta más cruda. “Es el año de la hiperinflación y donde definitivamente se hizo añicos aquella esperanza que Alfonsín depositó en la democracia. Pero también se da un hito fundamental porque es la primera vez que el neoliberalismo obtiene apoyo popular y donde el peronismo avala un proceso de desmantelamiento del Estado y endeudamiento masivo que deja una marca fuerte en el país”, señala.

Así como para Di Meglio el ’89 fue un momento de quiebre, Pérez cree que el ’97 también lo fue pero en un sentido contrario. “Ese año condensa una serie de hechos importantes: el asesinato de José Luis Cabezas, la creación de la Alianza que lleva a que por primera vez el menemismo pierda una elección, y el surgimiento del movimiento piquetero”, enumera. Entiende que esos acontecimientos son los emergentes de la combinación de dos factores que se dieron en los noventa. “Se da un doble proceso de encapsulamiento tecnocrático de la clase política y de democratización bastante profunda de la sociedad movilizada que se expresa a través de los movimientos sociales”, afirma. Entiende que el punto más alto de ese encapsulamiento lo expresó el Pacto de Olivos, el acuerdo entre Alfonsín y Menem que habilitó la reforma constitucional y la reelección del riojano. “Fue un acuerdo tan de cúpulas y cerrado que la opinión pública se enteró de ese hecho tan trascendente al otro día a través de los diarios. La crisis de 2001 representa la fractura expuesta de ese proceso que se inició con aquel pacto”, asegura.

Paradójicamente, así como la crisis de 2001 representó el peor momento social y económico de la historia argentina, en términos institucionales se pudo capear la tormenta. “En medio de todo ese caos, lo que respondió de manera más aceitada fueron las instituciones democráticas”, asevera Di Meglio. “Muchas veces se hacen bromas acerca de los cinco presidentes nombrados en una semana pero ocurrió ni más ni menos que lo que la Constitución contempla en un caso así, una sucesión ordenada”, completa. Para Dalessandro, la superación de ese conflicto no se explica sin la resolución de las crisis militares en tiempo de los gobiernos de Alfonsín y Menem. “Las Fuerzas Armadas no fueron una amenaza en ese momento gracias a un trabajo político anterior que llevaron adelante los distintos gobiernos y que derivó en que los militares se pasaran a ocupar únicamente de las funciones que les asigna la Constitución”, sostiene. Para Pérez, a partir del 2001 se consolida la democracia. “Se termina con el pacto hobbesiano que establecieron primero Alfonsín con ‘O yo o el autoritarismo’ y después Menem con ‘O yo o el desastre económico’. La cuestión es que el desastre sucedió en todos los sentidos y sin embargo no desencadenó en una disolución sino en una reconstrucción bastante democrática del vínculo”. Completando el pensamiento de Pérez, Di Meglio entiende que esa crisis marcó “el derrumbe definitivo del modelo económico que se implantó en la dictadura y subsistió en todos esos años de democracia”. 

El debe y el haber. La vigencia ininterrumpida del sistema democrático no significa que no sigan pendientes muchas de las demandas que se planteaban en aquellos días de octubre de 1983. Por ejemplo, muchos indicadores sociales presentan los mismos números que hace treinta años (ver recuadro). Los consultados coinciden en que la inexistencia de políticas de Estado que trasciendan a los gobiernos de turno explica en parte que no se haya avanzado lo suficiente en esa materia. “Si uno analiza las cuatro o cinco líneas fundamentales de gobierno, observa que en la economía, la política de derechos humanos, el tema de la defensa y la integridad física de las personas o la educación ha habido constantes vaivenes y soluciones dispares. No ha habido acuerdos mínimos que fueran aceptados por todos los partidos políticos”, señala Dalessandro. Pérez coincide con su colega pero también trata de contextualizar el problema. “Hay que tener en cuenta que en un régimen democrático treinta años no es nada, si no es confundir la historia con la biografía. A un proceso tan corto no se le puede exigir que ya tenga políticas constituidas de Estado sólidas”, sostiene. De todos modos, entiende que hay acuerdos mínimos que se han alcanzado. Me parece que es muy difícil que podamos volver a un extremo neoliberal como se dio en el menemismo. Podrá haber mayor o menor flexibilización, más o menos política monetaria, pero no creo que se renuncie absolutamente al Estado como sucedió en aquel período”, augura.

Donde quedan claro los avances es en materia de derechos civiles. “Quién hubiera dicho en 1983, cuando la Argentina ni siquiera tenía divorcio, que treinta años después iba a contar con una ley de matrimonio igualitario”, sintetiza Di Meglio. A su vez, Pérez cree que la sociedad ha crecido notoriamente en estos años. “Es más democrática en capacidad de organización y en producción de demandas”, asegura. “Desde los estudiantes secundarios hasta los grupos ambientalistas de Famatina se puede ver la elaboración de un lenguaje político, de una capacidad organizativa que es el resultado de todo el proceso democrático. A su vez, la clase política ha tenido dificultades para articularse con esas transformaciones”, afirma. En ese sentido, cree que “el kirchnerismo ha tratado de recuperar muchas de esas demandas, a veces de manera dislocada, e incorporarlas a una tradición nacional-popular”.

Con sus complejidades a cuestas, la democracia argentina cumple treinta años. Un aniversario que no era tan certero en aquellos días, de esperanza e incertidumbre a la vez, de octubre de 1983.
  Fuente:veintitres.infonews.com

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