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EL TIEMPO EN LA CRUZ

OPINIÓN

8 de octubre de 2023

Las elecciones 2023, el peronismo y el futuro del kirchnerismo

¿Cómo se organizará la disputa política argentina después de la inminente elección? Naturalmente, es muy difícil responder el interrogante con precisión, cuando aún no están los resultados de los comicios; lo que, sin embargo, puede arriesgarse es que el sistema de competencia interpartidario sufrirá una fuerte mutación respecto del que se impuso en el país desde la crisis de diciembre de 2001, particularmente desde el triunfo electoral de Néstor Kirchner y la irrupción del fuerte antagonismo político surgido a partir de la rebelión de un sector del empresariado -con su segmento agrario en el centro- del año 2008; la pelea entre kirchnerismo y antikirchnerismo fue, desde entonces el eje alrededor del que se organizó la disputa. El punto más completo de esta pauta política de época fue la convención del radicalismo en Gualeguaychú, en 2015, que terminó con la dispersión de la oposición al peronismo y permitió el triunfo electoral de Cambiemos ese mismo año. No es exagerado, hoy, decir que esa coalición política no existe más.

Claro que el movimiento tectónico en el sistema político no se reduce a la muy probable disgregación del frente de la derecha. La fórmula, los apoyos y la campaña electoral del oficialismo marcan un desplazamiento conceptual en el interior del peronismo, nuevas consignas, nuevas apelaciones políticas. Para pensar en esta mutación, tampoco es posible dejar de lado la gran novedad del actual período: el surgimiento y ascenso de una derecha de la que bien podría decirse que no tiene antecedentes en la historia democrática del país desde 1983 a esta parte. Como quedó claramente establecido en el primer debate televisivo del último domingo, Milei y La Libertad Avanza no son ni se disponen a ser parte de pacto democrático alguno. El candidato se encargó de dejarlo claro cuando hizo suyo de modo literal el relato del dictador Videla sobre el terrorismo de Estado: “errores y excesos” del gobierno en esos años oscuros y no genocidio planificado. Ese tramo del debate es la marca de la caída del pacto democrático en la Argentina, por lo menos en lo que concierne a las fuerzas que están en el centro de la disputa por la presidencia. Y recuperar ese pacto es una tarea urgente para nuestra democracia.

Es difícil desconectar esta deriva política de aquella propuesta del embajador norteamericano que hizo públicamente una convocatoria a la construcción de un gran “centro” político, una coalición que representara, dijo entonces el embajador Stanley, al 70% de la población. Como toda propuesta de coalición política, esta tenía un “exterior”, ese exterior era (y es) el kirchnerismo. Uno de los grandes actores de aquel episodio, Rodríguez Larreta, ya no está en el centro de la escena; sugestivamente perdió la elección primaria con una consecuente expresión de los halcones políticos, la ex ministra Bullrich. El dato es muy importante porque complica las condiciones para atraer a un sector del así llamado “macrismo” a la mesa del acuerdo. Pero de todos modos el partido recién empezó, o acaso todavía no haya empezado y tengamos que esperar el veredicto de las urnas que es el que expresará con la mayor fidelidad cómo se jugará el partido.

Está claro que, como tantas veces en la historia, la incógnita principal es el peronismo. La propuesta de la embajada norteamericana no dejaba dudas sobre que el kirchnerismo no formaba parte del mundo político que su propuesta de coalición establecía. Es decir, prefiguraba un kirchnerismo derrotado políticamente y marginado del centro de la política, reducido así a una fuerza testimonial para la cual el único escenario reservado era el del aislamiento, la persecución y la proscripción. El operativo requería una sutil ingeniería política que acentuara la división interna del peronismo, la radicalización de sus conflictos internos y, por supuesto, la voluntad de persecución y violencia contra Cristina Kirchner. Por ahora, esa ruta no parece recorrer un camino triunfal, pero no puede ignorarse que en el propio interior del peronismo hay más de un dirigente que sigue acunando esos sueños. No se puede avanzar en el cálculo sobre el futuro del peronismo porque no tenemos el resultado electoral que es el que distribuirá territorial y políticamente en ese tablero incierto y contradictorio los recursos institucionales y terminará de definir quién es quién en la fuerza que reclama la herencia del general que le dio origen.

El peronismo no es ni nunca ha sido una fuerza política homogénea (si es que algún partido o movimiento en la vida real lo ha sido). ¿Es un valor a defender la unidad del peronismo? ¿No es mejor, como alguna vez se dijo y se intentó, que el movimiento deslinde posiciones internas y cada cual se vaya con su cada cual, “clarificando” de ese modo la realidad? Acaso no sea éste el espacio para desarrollar amplia y minuciosamente esta cuestión, pero no puede dejar de decirse que un peronismo formal y políticamente desunido sería un servicio inmejorable para una derecha y para un establishment que hoy sinceran dramáticamente sus objetivos centrales. No es solamente un problema de “sistema de partidos” como se lo nombra desde cierta academia escolástica: está en juego una cuestión dramáticamente importante a la hora de pensar la eventualidad del triunfo del delirante de la motosierra. Está en juego el tejido social y político de la resistencia a la completa sumisión de la Argentina al deseo de los grupos sociales argentinos que no silencian su designio: privatización, desregulación, vaciamiento del Estado y, como condición necesaria de posibilidad para este rumbo, la represión de las disidencias. Ya están señalizados los pasos: la reforma laboral “anti corporativa” es decir basta de convenciones colectivas, de derechos laborales, de sindicatos; el mundo laboral se define con “acuerdos libres” entre patrones y trabajadores. Eso ocurrió en los últimos años en muchos países, por eso arrecia la violencia simbólica contra los trabajadores y sus organizaciones, cínicamente ocultas detrás de los reclamos contra las “burocracias sindicales”

Hasta ahora el desarrollo de la campaña de la fórmula Massa-Rossi muestra que en el peronismo predomina la racionalidad y el sentido de unidad. Y no desde el punto de vista de las formas y los estilos solamente. También desde el punto de vista del “programa” que, como de costumbre, nadie discutió ni publicó pero que existe y está a la vista de todos. Hemos leído en muchos intentos programáticos, por ejemplo, el propósito de rechazar la presencia del Fondo en nuestra política nacional, pero Massa (que no suscribió ningún programa partidario) ha hecho algo mucho más importante: ha llevado esa consigna a cada encuentro masivo con los trabajadores y otros sectores perjudicados por el terrible golpe de Estado legal perpetrado por Macri para beneficio de la verdadera casta que domina nuestra economía: el “acuerdo” con el FMI, que no es sino la reedición de una vieja práctica de los gobiernos corruptos, desde el mismo momento del derrocamiento violento de Perón en 1955.

La ilusión de deshacerse del “kirchnerismo” es un anhelo que empezó el mismo día en que Néstor decidió avanzar en la dirección de cambios favorables a los sectores desposeídos durante el gobierno de la “primera alianza”. Hoy ese rumbo vuelve a insinuarse como un camino transitable para el peronismo y para el pueblo. Serán los votos los que habiliten (o no) un camino que no es recto ni sencillo, pero que es posible y necesario.

Fuente: www.eldestapeweb.com

 

 



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