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EL TIEMPO EN LA CRUZ

OPINIÓN

16 de abril de 2023

Dinamita oligárquica

Rejuntados eligió una formulación conservadora en 2015, que mutó a una expresión reaccionaria

Por Guillermo Wierzba

El discurso de la oposición política neoliberal de mayor densidad electoral, la de Rejuntados por el Cambio, ha dado un giro sustancial. Para poder avizorar las características esenciales de esta etapa política es importante recordar lo que ofrecía esa coalición en 2015 y compararla con su promesa actual. Básicamente en aquel momento su estrategia fue velar lo que se iba a acometer como política. Macri sostenía en su discurso que se conservaría todo lo bueno de los años kirchneristas y se corregiría lo malo. Fue una campaña que construyó escenarios que intentaron vaciar lo político y afirmar esa idea de síntesis como leit motiv. Había un objetivo de no confrontar con las mejoras que había concretado el kirchnerismo y prometer acabar con la conflictividad. Es decir que se anunciaba que no se alterarían los resultados de una política que había logrado mejorar la distribución del ingreso con una velocidad temporal que no reconocía antecedente histórico a niveles compatibles con los anteriores gobiernos peronistas. Tampoco amenazaban con retroceder de las reformas institucionales progresivas, como la re-estatización del sistema previsional. Aquí se citan dos ejemplos para situar que los tres períodos kirchneristas habían realizado una cantidad de reformas disruptivas con el poder económico. Pero el hecho fundamental estribó en la recuperación de la autonomía de la política respecto del poder económico logrado por la reestructuración de la deuda privada y el pago de la sostenida con el Fondo que permitió quitarse de encima sus condicionalidades, auditorías y exigencias. La anulación de la legislación de impunidad permitió reabrir los juicios sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el genocidio del Terrorismo de Estado. El kirchnerismo se había animado a romper el statu quo neoliberal, político y económico. La discusión versa sobre si fue una anomalía o un momento de ruptura con la lógica política que venía establecida. Es decir, si constituyó un proyecto para terminar con el transformismo argentino —noción que describe cómo el radicalismo y el peronismo de la post-dictadura habían sido cooptados para que sus políticas no retornaran a sus fuentes populares, sino que devinieran en fuerzas del sistema neoliberal, sometiéndose a la hegemonía internacional de este régimen— o si sólo fue un momento acotado de disrupción.

En 2015, Cristina Fernández de Kirchner finaliza su mandato con un memorable acto que llena la Plaza de Mayo y buena parte del Microcentro, la profundización de sus políticas era militada intensamente en las filas del entonces Frente para la Victoria. En cambio, concluir con lo que quería fijar el carácter temporal de una anomalía de carácter extraordinario y con su acotamiento histórico, se constituyó en el objetivo de la derecha. La lectura de la coalición de rejuntados era acceder al gobierno y para lograrlo necesitaban dar seguridad de que las mejoras conquistadas durante el hecho anómalo no serían revertidas. La idea de la grieta que combatía la conflictividad fue el centro de lo que proclamaban, junto a la instalación del lawfare y las acusaciones de corrupción sobre Cristina y muchos de los políticos más comprometidos con la continuidad de la radicalidad de las transformaciones. Trataban de horadar cuidando de no confrontar con los resultados incuestionables, que habían sido conseguidos debido a la valentía de confrontación con el poder económico. Se exponían como la opción política de la normalización y no como lo que realmente eran, la de la restauración. Una parte de la academia de la politología compró el discurso y caracterizó a Rejuntados por el Cambio como una nueva derecha democrática.

Ya en el gobierno practicaron una política que definieron como gradualista, los tiempos fueron distintos para las distintas medidas, con la previsión de que iban a encontrar resistencia social y que deberían afrontar elecciones de medio término. Su gobierno terminó en una debacle económica. La distribución del ingreso que recibieron fue destruida. El endeudamiento con el FMI permitió que este organismo recuperara su poder de intervención en la economía argentina. El libertinaje fue introducido en la economía con la apertura irrestricta del mercado de capitales y la abolición de liquidar divisas por las exportaciones.

En la campaña electoral actual la misma alianza opositora concurre con un discurso abiertamente disruptivo. El líder de esa entente dice que hay que dinamitar (o semi-dinamitar) lo existente. El verbo dinamitar ha sido el puente con el que Macri estableció el vínculo con Libertad Avanza, hablando contra el statu quo y reivindicando la idea de ruptura. Rupturismo, dinamita contra el orden establecido para terminar con el intervencionismo estatal, dichas así son claramente diferentes a la campaña del 2015. En realidad, la ruptura con el transformismo que prolongó la hegemonía liberal, como dijimos, fueron las políticas transformadoras de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, de autonomía de la política, recuperación del Estado y construcción de una alternativa nacional, popular y democrática. Enzo Traverso en Revolución, una historia intelectual (FCE, 2022) recuerda que “los estudiosos suelen distinguir entre dos principales corrientes ideológicas de la contrarrevolución: la reacción y el conservadurismo. La reacción es un rechazo radical de la modernidad y los valores introducidos por la Ilustración –los derechos del hombre en primer lugar— en nombre de un pasado idealizado… El conservadurismo es una defensa de la tradición y un intento de adaptarla a las circunstancias históricas generadas por la propia revolución”. Si bien la reconocida como “década ganada” no fue siquiera un período cercano a la revolución, sí significó un cambio epocal en el país. En el terreno discursivo puede conjeturarse que Rejuntados eligió un tono de formulación conservadora en su primera incursión política en el 2015 para mutarlo ahora en una clara expresión reaccionaria.

Las razones del cambio

El desorden que dejó el primer gobierno de Rejuntados hizo que Macri no pudiera reelegir y que retornara el voto que requería un proyecto nacional, popular y democrático, y así se impusiera el Frente de Todos. Pero el gobierno de Alberto Fernández rumbeó por una ruta distinta de la que habían decidido emprender Néstor y Cristina. Adoptó la lógica de la grieta que había impuesto la derecha y buscó moderación y consenso allí donde debió incursionar en el conflicto para recuperar el rumbo perdido en el 2015. Cuatro cuestiones eran centrales para abordarse enérgicamente y sin concesiones desde la entrada:

  • La reestructuración de la deuda con privados y con el FMI, en condiciones de sostenibilidad y sustentabilidad.
  • La reforma del Poder Judicial, fuertemente “intervenido” por el gobierno de Macri, convertido de hecho en una alternativa de “gobierno de los jueces”.
  • La política de medios, reponiendo la Ley derogada por Macri.
  • La rápida reposición de la distribución del ingreso de 2015.

Nada de esto se emprendió. Todo quedó sujeto a una lógica de buenos modales. A una estrategia consensualista que significa la confianza en el Palacio y la desmovilización callejera. En un reportaje que le dio el Presidente a un medio, sostuvo que se consideraba un socialdemócrata, y expuso que el peronismo debía revisar su condición, y dijo que tranquilamente podía calificarse como socialdemócrata. Esta referencia tiene un signo muy específico desde que Anthony Giddens y Tony Blair crearan sobre el fin del mundo bipolar la “tercera vía”. La socialdemocracia de la “tercera vía” se constituyó como una opción “realista” que aceptaba la lógica del “fin de la Historia”, y se ubicaba como la izquierda de una sociedad neoliberal.

De hecho, el gobierno de Alberto Fernández no recurrió en ninguna instancia de sus más de tres años de gobierno a una movilización popular para intervenir desde la calle en el disciplinamiento del establishment económico. No tomó el legado de Perón, tampoco el de Néstor y Cristina Fernández. En el único y último episodio de confrontación concreta (la estatización de Vicentín) retrocedió frente a la movilización promovida por la oposición en lugar de confrontar movilizando a los propios. Así, con una dinámica de poder palaciego, se firmó un acuerdo clásico de refinanciación con el FMI, mientras se argumentaba que era novedoso y favorable. Se desmejoró la distribución del ingreso. Los salarios siguieron empeorando en términos reales. El Poder Judicial amplió su política persecutoria de la militancia popular y de su lideresa Cristina Fernández. La pobreza aumentó. Más del 50% de los jóvenes padecen esa condición.

Descontento, desencanto con el gobierno. Descreimiento de la política. Deseos de un cambio de situación. Si bien el gobierno del Frente de Todos resolvió bien la cuestión de la pandemia, en el resto de los temas no desarticuló la lógica construida por el FMI y el gobierno de Macri.

La trampa desarrollista

Entrampado en la lógica consensualista y necesitado de las divisas para pagar al capital financiero, se encaminó durante su mandato a aumentar las exportaciones como forma de resolver los pagos de una deuda impagable. Se retomó entonces, la idea correcta de una economía con restricción externa, pero con una visión atrasada e incompleta, que conduce a un destino reprimarizador.

Desde la mirada de la pura cuestión económica (permítasenos por un momento esta licencia), la restricción externa en épocas del liberalismo neo es predominantemente financiera. Un país sin moneda-divisa con un mercado interno de despliegue considerable que necesite de importaciones que lo abastezcan y sujeto a una apertura al mercado de capitales y sus fluctuaciones, con un bloque de poder económico que dolariza y fugas capitales por el vínculo que ese sector externo tiene con la financiarización, constituye una estructura compleja en la que la valorización financiera resulta el motor de las recurrencias de la carencia de divisas.

En la época del patrón de acumulación de la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), la restricción externa se definía por la escasez de divisas para sostener las sucesivas etapas de sustitución. La producción interna de bienes de consumo requería de maquinaria y materiales intermedios importados. Si las exportaciones eran de carácter primario y dependientes de la demanda y de los precios del mercado internacional (commodities), con un límite mediado por los recursos naturales disponibles y la productividad tecnológica para explotarlos, las divisas producidas por las exportaciones eran un límite para la sustitución.

Ese patrón de acumulación para sostenerse sin crisis externas hubiera necesitado del desarrollo aguas arriba de una industria de materiales y maquinarias de base, de tecnología mucho más compleja que completara el desarrollo industrial. A la vez que el surgimiento de una nueva industria de consumo más compleja requería también de nueva tecnología y mayor capital. Para cumplir esta nueva etapa de desarrollo se abrían dos alternativas:

  • La inversión extranjera que implicaba un crecimiento y perfil inducido desde el exterior que construyó una estructura dependiente. Fue lo que aconteció.
  • La construcción de un sector estatal de la economía con un potente sector de desarrollo científico-tecnológico, sostenido por la apropiación estatal de renta diferencial y articulado con proyectos mixtos con capital privado externo, sobre la base de transferencia tecnológica y conducción estratégica del Estado.

Con la Revolución Fusiladora el peronismo es desalojado del poder y las vastas instituciones que había construidas fueron “dinamitadas” por el golpismo liberal. El posterior gobierno de Frondizi significó históricamente un gran retroceso porque retomó el objetivo industrializador eligiendo la opción 1, que iba a fundar una etapa de idas y vueltas con crecimiento de monopolios extranjeros y locales, fragmentación y retroceso de los trabajadores en la política y en la distribución del ingreso, y consolidación de una nueva etapa de dependencia.

En 1976, luego del segundo golpe contra el peronismo, sobreviene la instalación del patrón de valorización financiera con las características descriptas.

El gobierno de Alberto Fernández pretendió desplegar un modelo centrado en las exportaciones para obtener más divisas para pagar la deuda. Todas sus políticas y planes se plantearon ese objetivo. La expectativa colocada en la diversificación exportadora ignoraba el peso del comportamiento de la burguesía local, ya ajena al sueño desarrollista y acomodada a la financiarización. Así, con los estímulos, los precios internacionales y la guerra, la Argentina acumuló años de excelentes resultados de su balanza comercial. Pero las canillas de fuga estaban abiertas porque permanecían los dispositivos que la permitían, porque el Banco Central no se dedicó a desactivarlos con energía y debido a que el poder concentrado local no está dispuesto a avenirse ni sumarse a un proyecto que no le permita la dolarización de excedentes. Por lo tanto, la restricción externa no fue originada en la escasez de exportaciones, sino que, en la dificultad del Banco Central para acumular divisas motivada en la formación de activos externos y la cancelación de pasivos del sector privado con el exterior, porque lo que entraba se fugaba. Por lo tanto, la restricción no se combate con estímulos-precio a los sectores concentrados sino con una política de disciplinamiento del poder económico para evitar la fuga y una diversificación productiva que permita la conformación de un mediano empresariado cuya existencia quede definida por su interés en el crecimiento y comando de la economía por parte del Estado Nacional.

Se confrontan dos concepciones respecto del desarrollo de la historia. Una creyente en un destino teleológico cuyo alcance depende de abrir el paso al movimiento de las leyes del capitalismo, cuyo resultado llevará al país al desarrollo. El subdesarrollo sería un momento inmaduro y la acumulación de capital abriría el paso a su fase madura. Exportar recursos naturales, cumplir con el FMI pagándole y arreglando dentro de su política refinanciaciones parciales sin confrontar. Recuperar la “confianza” del capital. Para ello habría que acceder a reformas y lograr un crecimiento que permita alguna mejora salarial vinculada a la productividad, sin que el capital perciba el debilitamiento de su poder económico y de su hegemonía política.

La otra responde a una visión dialéctica del proceso histórico, sin un destino predefinido cuyo resultado final depende del peso decisivo de la acción humana. Esta segunda perspectiva convoca a la autonomía de la política y la economía. En el entendimiento que la dependencia es un sistema único con centros imperiales y satélites periféricos. El desarrollo independiente requiere de la acción humana para la liberación nacional. Para conquistarla será necesario la existencia de un gobierno que se encargue de redistribuir el ingreso para articular el apoyo popular que le permita plantarse frente al FMI para renegociar y reestructurar la deuda, con recortes, sin recargos, a menores intereses y con plazo de gracia extenso. Mientras a la vez se adopta un programa que reorganice el sector externo y el financiero para cerrar el paso a la fuga de capitales.

Esa nueva instancia requiere de épica, liderazgo y símbolos. Del latir en la vida popular. Con las calles vibrando. El protagonismo debe desplazarse del Palacio y los bancos a los sindicatos, las organizaciones sociales, estudiantiles y populares. Se trata de liderar una Nación, no de articular intereses privados.

Fuente: www.elcohetealaluna.com

 



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