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15 de noviembre de 2012

A Messi no le gustó nada su travesía en el desierto

Leo Messi no es Leo Messi: es una pulga. Una pulga sedienta en el desierto. Sin agua, el oasis es una quimera. De su destreza se esperan milagros religiosos, pero la poción mágica se ha quedado en Barcelona. Los que han dejado de rezar vuelven a hacerlo: una gambeta, una asistencia, un gol debe venir del más allá. Tropieza en arenas movedizas: Leo Messi no es Leo Messi en la noche de la despedida del seleccionado de 2012, en un híbrido amistoso 0 a 0 contra Arabia Saudita. Cierra el año con las medias bajas, final incoloro de una temporada de acuarela, la mejor de su trayectoria en celeste y blanco.

 

"Regalamos el partido, es una lástima terminar el año así." Discontinuo en el campo de juego, estorbado por árabes envueltos en túnicas imaginarias que deben darles un impulso mayor desde el más allá, choca y cae, choca y se levanta, ensaya una pared con Agüero y se entusiasma, arroja un tiro libre al viento y se fastidia. A Leo lo conoce todo el mundo: cuando mira el césped, está incómodo. Perdido, suerte de jugador de fútbol terrenal. Lo que no es, claro. Está molesto: sus ojos lo delatan, minutos después del ensayo frustrante.

Con una frase callejera, con una sentencia de barrio, se lo puede describir con mayor precisión: está recaliente, si se permite el término.

Es un hombre voraz: no puede ni siquiera empatar a las bolitas. Lo quiere todo, como el récord que superó de Pelé, con 76 goles en el año calendario contra los 75 del brasileño, para los especialistas veteranos, el mejor de todos los tiempos. Lo quiere todo, como los 12 goles, también anuales, con los que alcanzó en el seleccionado a Gabriel Batistuta, aquel extraordinario artillero. Lo quiere todo: Arabia era la última pirámide para superarlo. No pudo. Como el gran Roger Federer, Messi es la mejor canción de John Lennon: crea un mundo sin países, sin fronteras, amado hasta en el cercano Oriente. La gente, vestida con sus camisetas, quiere que gane él. Quiere un gol de él. No celebra el cerrojo maquiavélico de la zona media de Frank Rijkaard: pretende un golazo al ángulo, uno de los suyos. Messi es local hasta en la Luna, si volviera a pisarse.

"No se pudo. Fue una lástima, pero al menos sirve para no repetir errores de cara a lo que viene, al futuro. No está bueno terminar el año así, no hicimos mucho, la verdad. Lo bueno es saber que esto no debe volver a pasar." Su análisis parece exagerado: desde el remoto destino, pasando por el extenso viaje y la evidente carga de partidos, podrían oficiar de excusas válidas. Irrefutables. Leo es Leo cuando no acepta el mundo como es. Quiere transformarlo con su pincel zurdo y un pensamiento valiente, de trazo fino.

-¿Por qué estás tan molesto? Fue tu mejor año en el seleccionado y uno de los mejores de tu carrera. Fue sólo un amistoso, un 0-0.

-Es un partido de selección, por eso me voy mal, un poco triste. Es un partido de prueba, ya sé, pero con esta camiseta siempre hay que ganar.

-¿Cuál es el balance de 2012? Fue tu última prueba con la Argentina.

-Fue un año muy bueno para la selección, para mi club, pero despedirse así no está bueno. Por eso estoy caliente, porque no se nos dieron las cosas.

Como un pequeño sin regalo de Navidad. Como un niño sin obsequio de Reyes: cuando Messi juega (más o menos) mal, se derrite. Exagera, hasta disfraza la realidad: se siente el peor del planeta porque sabe lo que representa. La efervescencia por su compañía lo martiriza hasta en el vuelo de vuelta: los árabes lo quieren hacer propio. Hay camisetas de Messi por todas partes. Musulmanes clásicos disfrazados con el típico atuendo de selección occidental: Messi hace el milagro. Latas de gaseosa, indumentaria deportiva: el Messi que se queda en Oriente es el artificial, es el publicitario. El que está por todas las esquinas no es el real: el verdadero se acaba de ir con una clase de profesor inexperto. El genio de la universidad de la pelota no aprueba con cuatro.

Es su año. 2012 es el año en el que, al fin, derrumbó todos los muros: la pelota fue su amiga, definitivamente, en la selección. Detrás de los récords, el hombre le ganó a la historia. Camino a ser el más grande de todos los tiempos, tropezó con un camello demasiado jorobado. Le sobra rebeldía para volver a subirse a tamaño animal: si algo tiene Messi es que nunca deja de creer en imposibles.

Fuente: www.lanacion.com.ar



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