OPINIÓN
23 de octubre de 2023
Sergio Massa se ganó a sí mismo: ¿no era la economía?
El candidato oficialista anudó varias victorias en una, pero la inflación y la corrida siguen ahí. Bullrich, con las botas puestas. Milei, desperfilado.
Por Marcelo Falak
Con el solo hecho de su sorprendente triunfo en la elección general de este domingo, Sergio Massa se hizo con varias victorias simultáneas, las que abren de par en par el desenlace de un ciclo electoral que, por las buenas razones o por las malas, será un parteaguas en la historia argentina.
Más allá del resultado, que lo llevará a un ballotage con Javier Milei el 19 de noviembre, su segunda victoria fue haberse impuesto a todos los escepticismos, lógicos por los resultados de su propia gestión en el Ministerio de Economía, manchada por un fogonazo inflacionario.
De hecho, el candidato presidencial de Unión por la Patria (UP) parece haber sido uno de los pocos que creía posible ganar y darle una nueva oportunidad al desvencijado peronismo. Con él, hay que recordarlo, también soñó un puñado de gobernadores e intendentes del conurbano bonaerense que forzaron en el estribo el reemplazo de la fórmula Wado de Pedro-Juan Manzur, un armado demasiado K –ya se lo puede afirmar– para este momento histórico.
Massa no fue un simple testigo de ese espectáculo, sino su principal fogonero, basado en la confianza de que había 2023 a pesar de todos los males económicos y de la disfuncionalidad de lo que entonces era el Frente de Todos. Esa misma confianza lo había llevado a subirse en agosto de 2022 al barco sin timón que acababa de abandonar Martín Guzmán.Massa creyó, trabajó 25 horas por día y tuvo un premio. Sin embargo, todavía le queda un mes más de duro trajín y la necesidad de algún golpe de azar para consumar una obra que sigue siendo de concreción incierta, pero posible, piensa él. De hecho, más posible que lo esperado.
El lunes tan temido
El desmadre cambiario del último par de semanas y la virtual –y manijeada– desaparición del dólar blue de las cuevas que solía frecuentar hacían temer un caos este lunes en el mercado cambiario, evento que, de concretarse, llevaría a la inflación otro peldaño al alza. Sin embargo, las sorpresas del triunfo massista y del estancamiento llamativo de Milei –además del colapso de Juntos por el Cambio– cambian ese panorama en el cortísimo plazo. Parece que el candidato-ministro podría gozar de algunos días extra de tregua. Ese sería el tercero de sus triunfos.
Si bien los desequilibrios macro, la inflación rampante y el deterioro de las expectativas auguran nuevas zozobras más temprano que tarde, ninguna variable justificaba la magnitud y violencia de la corrida reciente.
Con Milei ahora más lejos del favoritismo que se le atribuía y con su necesidad de echarse en brazos del "socialismo amarillo" del PRO, el proyecto dolarizador – esa amenaza que, para peor, era anunciada, sin dólares para el rescate de los pesos y sin una paridad conocida– queda más en entredicho que nunca. Por un lado, porque si pierde, no la habrá; por el otro, porque su necesidad de apoyo de Mauricio Macri y de quien hasta ayer nomás llamaba "montonera asesina" podría llevarlo a asumir condicionamientos a un plan que ese sector siempre desacreditó. ¿Será la "libre elección de moneda" de la dupla Patricia Bullrich-Carlos Melconian – sin incendio del Banco Central – un punto de encuentro suficiente?
Sin un destino dolarizador ineluctable, la corrida pierde combustible. La cotización del dólar cripto –que surge de las transacciones de criptoactivos, vigentes 24 horas por día, los 365 días del año– dio el domingo un anticipo de lo que cabe esperar desde el lunes en los mercados paralelos formales e informal. Dicha paridad superó, mientras se votaba, el nivel récord de 1.250 pesos, pero tras confirmarse el resultado retrocedió hasta un nivel fronterizo con los 1.000. Analistas financieros consultados por este medio dijeron que no se sorprenderían si en la semana que comienza el blue retrocediera a ese nivel o incluso fuera más abajo, pasados ya los días de pánico. Si todo fuera bien, los bancos también podrían encontrar una pausa al desarme de depósitos.
Con todo, Massa no tiene comprada una paz perpetua ni mucho menos. El mes que media hasta el segundo turno es largo, los desequilibrios siguen donde estaban y la inflación distorsiona cada día un dólar oficial clavado desde la devaluación del 14 de agosto.
Una estrategia acertada
La campaña de Massa ha sido de impecable factura y el propio candidato no cometió ninguno de los errores que les sobraron a Milei y a Bullrich.
Las últimas dos semanas del ultraderechista fueron un circo hecho de proyectos de renuncia a la paternidad, rupturas de relaciones con el Vaticano comunista y privatización de las ballenas. Los pases de factura por esos dislates fueron intensos en la misma noche del domingo, y la cosplayer y ahora diputada electa Lilia Lemoine –la autora del plan para abandonar a los niños– descalificó al responsable de las redes paleolibertarias, el inteligente y jovencísimo –tiene 22 años– Iñaki Gutiérrez, quien le había dedicado una reprimenda pública.
Lo de Massa fue al revés. Sin errores no forzados, fue el único que ofreció algo parecido a la esperanza, al menos la módica de la preservación de los derechos que quedan en pie.
Su discurso fue otro triunfo –el cuarto–. Solo en el escenario para no mostrar a personas irritantes para los sectores nuevos que hay que seducir, emocionado primero y sereno después, y más dispuesto que nunca a hablar de un futuro mejor, dio tres veces en el clavo.
Primero, convocó a quienes votaron en blanco o se abstuvieron, reconociendo sus sufrimientos, prometiéndoles trabajar para ganarse su confianza y asegurando –en clave menemista– que "no les voy a fallar". En la convocatoria también golpeó las puertas de los votantes de Juntos por el Cambio, a quienes les reconoció el acierto de haber buscado una propuesta basada en "el orden y la seguridad", así como el pluralismo y el respeto a la institucionalidad.
Segundo, llamó más claramente que nunca a un amplio sector de la dirigencia a comprometerse en "un gobierno de unidad nacional", algo que, más allá de su necesidad de juntar votos, debe ser entendido como una obligación para cualquiera que pretenda sacar al país del pozo en el que se encuentra.
Massa no hablará de ajuste, pero si le tocara ser presidente, lo aplicaría. La unidad de la política y un reparto equitativo de cargas en la sociedad es mucho más potable que repartir peluches con una motosierra que les sale de la cabeza y, en el otro campamento –para horror de Jaime Durán Barba– solo prometer sangre, sudor y lágrimas.
Entre esa dirigencia, mencionó al cordobesismo, envalentonado tras el modo en que el moderado Juan Schiaretti se quedó con alrededor de la mitad de los votos de Horacio Rodríguez Larretay duplicó su cosecha de las primarias. El sucesor, Martín Llaryora, definirá. También a la izquierda trotskista, que en boca de Gabriel Solano pasó en una hora de anunciar una reunión del FIT a rechazar unilateralmente cualquier convite, argumentando –¿te sorprende?– que todo es lo mismo.
Massa apeló muy especialmente al radicalismo, destratado a más no poder por el imprudente Milei, quien no solo lo ha insultado colectiva y repetidamente, sino que contó alguna vez que se entretenía fajando a un muñeco con la cara de Raúl Alfonsín. ¿Más? Para él, Hipólito Yrigoyen fue el "primer populista" y, por lo tanto, el culpable de la decadencia argentina. Asimismo, –perdón– se cagó en el pilar democrático de memoria, verdad y justicia erguido por el primer presidente de la democracia reconquistada, algo que para el ultraderechista fue una travesía de 40 años por el desierto.
Para la UCR –o, al menos, para un sector de ella– el convite podría resultar tentador: una alianza de gobierno ampliada le podría dar el espacio nacional que el macrismo le negó entre 2015 y 2019 y, además, diluir el componente cristinista en un conjunto mayor. Claro que eso plantearía la necesidad de una convivencia que sería difícil después de las demasías que se han dicho por años.
Si Macri pretendiera llevar a Juntos a una alianza con el paleolibertarismo, la propia existencia de esa alianza quedaría en entredicho, cosa que explica que Bullrich haya quedado anoche tan cerca de llamar a votar a Milei, pero que al final no se haya atrevido a explicitarlo.
Se vienen días que pueden cambiar de raíz el sistema político tal como lo conocemos, obligando a recalcular las relaciones de fuerzas en el Congreso que, en teoría, surgieron ayer de las urnas.
En tercer lugar, el mayor acierto del discurso de Massa:"la grieta murió", dijo.
Con las botas puestas
Tras su triunfo pírrico de las PASO, Bullrich decidió morir con las botas puestas, cosa que siempre se sabe cómo termina.
Temiendo perder votos a manos de un Milei que parecía un vehículo más fresco para la derecha recalcitrante, pretendió fidelizar a su núcleo duro apelando al recurso sepia del antikirchnerismo. Si prometió "erradicarlo" y "liquidarlo", si hizo grieta a full y perdió como perdió, cabe señalar, como Massa, que la grieta conocida ya fue.
De hecho, quienes votaron a Milei lo hicieron en base a un nuevo clivaje o a una nueva grieta: casta-anticasta. La campaña de Juntos atrasó ocho años y así le fue. Lo que viene puede no ser mejor, pero será distinto.
El kirchnerismo –o, hablemos bien: el cristinismo– sembró de gente las listas legislativas y no pocas competencias municipales, pero brilló por su ausencia en la campaña. ¿Quién vio a Cristina Fernández de Kirchner en el último tiempo? ¿Y a Máximo Kirchner? La excepción, claro, fue el exitosamente reelegido Axel Kicillof, aunque cabe pensar cada vez más a este como líder emergente de un poscristinismo, alguien dispuesto a componer una canción nueva.
Tan fantasmal se ha vuelto la izquierda de UP, que si bien condicionó –incluso destructivamente– al gobierno de Alberto Fernández, el tenor de las peleas públicas entre este y la vicepresidenta demostró, como lo dijo de nuevo ayer CFK, que la administración saliente no fue suya. Al final, Bullrich peleó contra un fantasma y encima perdió.
Con botas prestadas
En sus momentos de auge, Milei destrató a Juntos por el Cambio a más no poder. El radicalismo para él era basura y el PRO, "socialismo amarillo", donde solo rescataba al bígamo Macri. Tras morder el polvo, dio un discurso al que tuvieron que arrastrarlo, en el que felicitó al impactante Jorge Macri y a Rogelio Frigerio,se dijo dispuesto a hacer tabula rasa con los enfrentamientos recientes, repitió hasta el cansancio las palabras "juntos" y "cambio" –tranquilo, Javier, que el mensaje llegó– y pasó de hablar pestes de "la casta" a hacerlo de "esa organización criminal que es el kirchnerismo". Qué cosa curiosa: se abrazó, en busca de aliados para el ballotage, a la estrategia que acababa de sellar la carrera política de Bullrich. Ya no se trata de la casta, sino del kirchnerismo. ¿En qué te han convertido?
Ahora bien, si el propio extremista de derecha declaró en su momento que Juntos era una segunda marca de La Libertad Avanza (LLA), ¿en qué se convierte él mismo cuando abandona sus banderas y toma las del macrismo? Milei ha devenido en segunda marca de Juntos por el Cambio o, lo que es peor, en una tercera marca de sí mismo.
Entonces, ¿cuánto del atractivo de su propuesta inicial corre peligro de caducar cuando Milei se calza botas prestadas y sin suela?
Un escenario abierto
El impacto político inmediato es fuerte por lo inesperado y hasta por desafiar la lógica en un contexto económico deplorable. Sin embargo, como se dijo en la edición del último viernes de desPertar, el newsletter de Letra P, la coyuntura repite el patrón de lo que pasó en los comicios estadounidenses de 2016. Entonces se decía que Donald Trump solo podía ganar porque tenía enfrente a Hillary Clinton y que esta solo podía hacerlo por enfrentar a ese ultraderechista excéntrico.
Algo similar ocurre hoy aquí: en cuatro semanas se volverán a enfrentar el ministro de la inflación del 140% y un ultraderechista que no conoce otra política que el agravio, la provocación y la amenaza a la convivencia plural. La pelea está abierta y ninguno tiene garantías.
Se viene un mes durísimo, uno en el que la gestión puede costarle cara a Massa, pero también una etapa que amplía la posibilidad del electorado de conocer las demasías de Milei, así como el verdadero sesgo improvisado de la comparsa que lo sigue.
Por lo pronto, los argentinos y las argentinas que saben que la democracia no asegura per se una vida material satisfactoria, pero que sí la valoran por las garantías que brinda para la vida –una que no tuvieron los 30.000– encuentran un momento merecido de sosiego y de aliento. No es poco.
La vida es pelea y la pelea sigue.
Fuente: www.letrap.com.ar