Según detalló Carolina en declaraciones radiales, en el 2013 su marido se quedó sin trabajo y decidieron ir a probar suerte nuevamente a Argentina. A los pocos meses nació su primera hija. “Sentí que terminaría el calvario porque estaría con mi gente, con otras reglas. Pero no fue tan así”, dijo. En el 2014, como el hombre no consiguió adaptarse al régimen laboral, retornaron a El Cairo. Ella prestó allí servicios en varias empresas multinacionales, hasta que dio a luz a su segunda hija y dejó de trabajar.

“Cuando volvimos a Egipto y yo llevé a mi abuela a vivir con nosotros, él empezó a decirme que no tenía tiempo para él, que me la pasaba cuidando a mi abuela y a mi hija (la mayor), que cómo era posible que no lo atendiera. Y empezó a maltratarme y golpearme”, dijo Pavón, quien agregó que “la religión musulmana reprime derechos elementales vigentes en Occidente”. Es por eso que siempre se sintió desprotegida. “Allá la vida de las mujeres valen la mitad que la de un hombre”, resumió.

En cuanto a la denuncia, Carolina dijo que es prácticamente imposible porque “tenés que tener dos testigos hombres que sean ajenos a la familia o cuatro mujeres, también extraños. El problema es que los actos violentos siempre son en el hogar y el relato de mis hijas tampoco valía”.

Suicidio

La misionera de 40 años vivió su peor momento cuando decidió tomarse una caja de pastillas Alplax de 2 mg. “Quise matarme, no quería ser ese ejemplo para mis hijas. No quería que tuvieran una mamá que no hacía nada por la violencia ejercida por su padre. No quería que crecieran pensando que eso era normal, no soporté más. Mis hijas me gritaban y me decían que no me muera, que vomitara”, sostuvo la mujer. En medio de la trágica escena, Carolina cuenta que su marido agarró a las nenas y les dijo: “Ven, así quieren las mamás de Occidente, prefieren morirse que vivir con sus hijas”.

Es allí cuando se separó de sus hijas porque “no querían venirse conmigo. Me contacté con una familia con la que me estoy quedando mientras puedo solucionar el tema del divorcio y volverme a mi país”. En esa línea, pide que las autoridades argentinas tomen cartas en el asunto.

La última vez que vio a sus hijas -de 11 y 7 años- fue en diciembre a la salida del colegio. “Las quise abrazar, pero ellas me rechazaron. Me dijeron que estaban enojadas porque no volvía a la casa. Les dije que está mal que papá le pegue a mamá y me respondieron que la abuela se deja pegar por el abuelo. Además, me dijeron que estaban decepcionadas porque no tenía el velo puesto”, cerró.