OPINIÓN
18 de octubre de 2025
¿Desnazificar qué?

Hasta tal punto Trump y estos multimillonarios cocainómanos están desenfocados y fuera de la realidad que creen que la amenaza de irse y “dejarnos solos” es una amenaza.
Por Sandra Russo
La anciana tenía un suéter turquesa y el pelo corto y platinado, bajo control del spray. Estaba siendo esposada por un policía en Nueva York. La señora octogenaria no se resistía en absoluto, pero dijo:
--No logro entender. ¿Puedo saber qué hice?
--Usted le ha dado like a un comentario en contra del presidente de los Estados Unidos, señora-- le contestó el policía antes de subirla al patrullero.--Ah --dijo rendida la anciana, con la sabiduría de quien solo discute con quien tiene sentido discutir.
¿Con quién tiene sentido discutir? Me lo pregunto hace ya años, porque no todo debe discutirse con todo el mundo. En este estado de cosas excepcionalmente amenazante y terminal, uno no debe gastar sus argumentos con cualquiera, y me estoy refiriendo a los fascistas, nazis, psicópatas, narcos, machistas asesinos, abogados de narcos, coimeras, coimeros, vendepatrias y sigue la lista de este vertiginoso camino al infierno al que nos llevan Milei y sus malas compañías. Trump no lo quiere como él a Conan; cuando se muera nadie lo van a clonar. Encontrarán otro benefactor de gringos, como hace años encontraron a Zelensky en Ucrania, y tuvieron la paciencia de que llegara el golpe de Estado y que su mascota ganara las elecciones para acercarle una base.
Necesariamente en estos días debo recordar que cuando Rusia comenzó la Operación Especial en Ucrania, uno de los objetivos esgrimidos y del que dejó constancia era la “desnazificación”. Acá y en todo “Occidente” (las comillas son porque creo que hay que empezar a objetivar lo que nos venden como geográfico, cuando es netamente político) sonó raro. ¿Desnazificación? ¿De qué está hablando Putin? ¿Qué excusa ridícula está dando Putin? El negacionismo había llegado a Europa, que sigue institucionalmente ciega, sorda, muda e idiota. Muy pronto en los parlamentos europeos empezaban a recibir a Zelensky, que se presentaba con algunos de sus milicianos seguidores de Stephen Banderas. Todo el mundo sabía que Banderas era una insignia nazi. Pero dejaron hacer.
Prohibieron a Chejov, a Thaikovsky. Prohibieron a los tenistas rusos jugar en los torneos. Prohibieron una cultura milenaria y riquísima, inspiradora de muchos de los mejores artistas de “Occidente”. Porque sus periodistas, cuando iban a cubrir la guerra en Ucrania, escribían: “Es increíble, son iguales a nosotros”. Eran rubios. No como los palestinos. Porque todo está mezclado y tejido, reelaborado y redirigido para ser introyectado en millones de mentes, en sociedades que empezaban a deshacerse de eso que siempre se llamó prestigio. Prohibir a Chejov. Qué barbarie. Qué tormenta perfecta generaron para que mientras ese enigma que es Rusia para ellos era demonizado a gran escala, en la realidad paralela generada por las operaciones de acción psicológica, los íconos nazis volvieron y se reacomodaban, porque estaba poniéndose de moda ser un hijo de puta.
En los videojuegos, en las redes y hasta en los medios convencionales históricos, como la revista Vogue, comenzaron a romantizar el nazismo. Las generaciones que asomaban a la vida pública en esta parte del mundo en esos años naturalizaron el sinsentido, vieron a Zelensky como un héroe que luchaba por su patria, cuando la estaba entregando y estaba mandando a la muerte a sus soldados, que nunca tuvieron ninguna posibilidad de ganar esa guerra, y él lo sabía. El estaba jugando otro juego. Los mercenarios nazis de todas partes ya estaban allí. La guerra de Ucrania fue un semillero de sentido. De ella los grandes medios y las redes succionaron simbologías que estaban condenadas, y las descondenaron. Abrieron la puerta del mal.Paralelamente, se puso en marcha una reacción antimujeres global. Es más que antifeminista. La punta del iceberg que es Pablo Laurta deja ver el tipo de monstruos que sienten habilitados su odio y sus instintos asesinos para cometer masacres que, casualmente, proliferan en los narcoestados. En el México neoliberal de Fox, Calderón, Peña Nieto y esos corruptos se produjo la matanza feminicida de Ciudad Juárez. Las mujeres siempre somos las asesinadas por exceso de testosterona podrida en mentes rotas. Y en los narcoestados, se matan los cuerpos y se rompen las mentes. Y el Estado no está ausente, libertarios. Ese Estado que ustedes dicen que está ausente es el anfitrión y el ingeniero de un narcoestado. Tienen más narcos en sus listas que abogados o veterinarios.
En poco tiempo, desde que empezó aquella guerra que nunca fue una guerra, sino la defensa rusa de su soberanía, desde aquel momento y de un modo que no logramos descifrar, todo se trastocó. El estilo de vida norteamericano, hoy, es el más indeseable posible, si descontamos el modo de vida palestino, claro, aunque también esa enorme tragedia forma parte de este nuevo modo de estilo “occidental” que se complace en soluciones finales y en prontuarios de pedófilos. No, gracias. El brillante ensayista británico Owen Jones mandó un mensaje esta semana al pueblo palestino. Describía sus infinitos padecimientos, uno por uno, y agregaba que no puede ser inocuo haberlo visto todo. Porque decía, Owen, que también se había visto, junto a las masacres, la resistencia transgeneracional y la identidad del pueblo palestino. “Nunca los abandonaremos porque ustedes nos han hecho ver la verdadera cara de nuestros propios gobernantes. Ustedes nos liberaron a nosotros de nuestra ceguera”. Hasta tal punto Trump y estos multimillonarios cocainómanos están desenfocados y fuera de la realidad que creen que la amenaza de irse y “dejarnos solos” es una amenaza. Lo hubiese sido en la Guerra Fría. El mundo ya es multipolar aunque Trump lo niegue. Hay vida fuera “Occidente”. Mucha, y mejor. Tenemos que hacer todo lo posible para migrar de bloque y abandonar este chiquero maloliente y este destino de colonia. Es increíble que “para no juntarse con los cucas” haya una parte de la oposición, esa que oposición fue solo un par de veces, se pliegue también al enajenamiento de nuestros recursos, como el programa nuclear argentinos o nuestras centrales hidroeléctricas. Eso no es oposición a Estados Unidos, que es el país que ya gobierna aquí. Eso se llama colectora y conduce hacia la misma vergonzosa sumisión. Fuente: www.pagina12.com.ar