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OPINIÓN

16 de septiembre de 2023

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Rocco Carbone sostiene que el trabajo que tenemos por delante en el campo nacional y popular es nombrar las experiencias del fascismo actual, incluso cuando son alucinatorias y nos dan miedo.

Por Rocco Carbone

a alucinación es una falsa percepción. Digamos que es lo contrario de una ilusión. La ilusión podemos pensarla como una interpretación errónea de un estímulo exterior que existe realmente. La alucinación en cambio detecta un estímulo externo que no existe. Una alucinación auditiva, por ejemplo, consiste en oír una voz sin que en el afuera exista un estímulo sonoro. Y en el caso de una alucinación visual, presenta una imagen irreal que se superpone a un fondo real existente. Entonces, la alucinación es una percepción falsa porque se verifica en ausencia de un estímulo externo. La psicopatología habla de la alucinación como una “percepción sin objeto”.

La palabra alucinación deriva del latín hallucinere que quiere decir “perder la conciencia”. Hallucinere en su raíz tiene la partícula lux, que quiere decir luz, iluminación, percepción. Si del latín nos transportamos al griego, alucinación se enlaza con ἁλύσκειν (haluskein), que quiere decir escapar, evadirse. En ese sentido, la alucinación es una fuga de la realidad. Las alucinaciones pueden producirse en todas las modalidades sensoriales. De hecho, hay alucinaciones visuales, auditivas, gustativas, olfativas, táctiles. Pero existen también alucinaciones que no son individuales. En los casos en que varios sujetos comparten la misma experiencia ilusoria, entonces hablamos de alucinación colectiva. El fascismo es una alucinación colectiva.

El fascismo es una especie de rayo sorpresivo que surge en el borde de la política. Desde allí, se para y se refracta sobre la vida política y la vida social, y las descalabra. El cuento de la criada (The Handmaids Tale, 1985), una novela distópica de la autora canadiense Margaret Atwood, piensa la avanzada fascista como algo que llega de golpe (rayo sorpresivo) y ahí empiezan a caer las disidencias, las mujeres, las personas discas y toda la lista. Esto es interesante porque para la consolidación del poder fascista se necesita un enemigo. Y el enemigo es una víctima sacrificial que viene a permitir la consolidación del poder y la activación de un reclutamiento. Del sacrificio de esa víctima deben participar todos, en mayor o menor medida. Esa víctima en la Argentina es la vida democrática en común que emergió luego de la experiencia de la última dictadura, ahora recuperada por Victoria Villarruel.

Fascista y fascismo son cosas que están por fuera del acuerdo democrático. El fascismo lleva a cabo una ruptura con la democracia y de la democracia. Destruye el ser democrático. La democracia puede ser pensada como un poder amplio, diseminado, disidente, reconocible en su diversidad. El fascismo usa la heterogeneidad que invoca con vistas a reinstalar e imponer la homogeneidad. El poder diseminado, que es el poder democrático, es anulado por el fascismo. Al mismo tiempo, debemos decir que la democracia, que por supuesto defendemos, en sí misma, es demasiado pobre, demasiado frágil para entender el fascismo. Sobre todo porque éste no aparece en su forma original: clásica, histórica. Aunque siempre hay hilos que desde el pasado inervan el presente. Desconocerlo o negarlo es negar esa famosa tesis del Brumario de Marx de que la historia tiene dos declinaciones.

En cuanto a lo sorpresivo: la política científica del fascismo clásico consistió en forzar bruscamente un corrimiento del modelo especulativo al modelo práctico. Al cientista se lo obligó a devenir técnico: “útil al mercado”. Hoy Milei lo dice así: “Que la ciencia y la tecnología queden en manos del sector privado”. El fascismo alucina la vida. Y alucinando la vida, alucina también la política, y de este modo hace evadir a la política de sí misma. Es una fuerza que coloniza la política y la descentra de sí misma: out of joint, fuera de quicio, dice Hamlet. El fascismo es una forma política alucinatoria. Ahora, para comprender el espesor real de esa fuerza hay que bucear en esa alucinación. Y bucear dentro de la alucinación puede hacernos parecer alucinados. Pero no es así porque nuestras lecturas alucinatorias reponen lo político en la política para hacer emerger de ella -de la política- una percepción con objeto. Me refiero al propio fascismo que con la Libertad Avanza está entre nosotrxs.

Un rasgo decisivo del discurso de Milei consiste en arrojar la palabra fascismo a sus antagonistas. Y lo hace para llevar a cabo venganzas, desahogar rencores, devaluar energías, aplastar iniciativas. Esa actitud es una lógica. Se trata de la lógica de la negación: no soy yo, son lxs otrxsel fascista no soy yo sino vos. Si miramos este fenómeno más de cerca, es posible hablar de proyección: usan la palabra fascismo porque ellos son el fascismo. Esa proyección es en realidad una intervención sobre el presente histórico-social. Y esa intervención consiste en activar una transferencia de su identidad política profunda a sus antagonistas. De este modo, borran la condición propia (lo que son, digamos) y la reescriben. Es el ejercicio deliberado del poder. De hecho, cuando decimos poder, entre muchas otras cosas, nombramos también la facultad de determinar la manera en la que se nos percibe. Por eso mismo pueden asignarse la categoría de libertarios, sin serlo; porque tienen el poder de incidir en cómo se los percibe.

Alucinan la política, pero alucinan también las palabras y la propia lengua. La lengua fascista es una especie de lengua orwelliana, configurada por un léxico pobre, con una sintaxis elemental, estrictamente economicista, como si la economía no formara parte de la cultura. Todo esto está hecho a propósito, para limitar los instrumentos del razonamiento complejo. De lo que llamamos razonamiento crítico. De este modo, forjan una realidad cognitiva paralela y alterna. Y en esa realidad, la reactividad social que deberían recibir ellos (LLA) es redirigida contra el sujeto colectivo de su desprecio. El sujeto fascista extenúa la realidad y captura las acciones emancipatorias tendientes a detenerlo. No nos dan tregua, al punto de que se vuelve difícil objetivar el fascismo.

Nombrar el fascismo es una estrategia para la emancipación. Hasta tanto las cosas que nos dan miedo no son nombradas no existen en el para sí. Si no existen reflexivamente dejan de tener eficacia en tanto herramientas para la transformación del mundo. El trabajo que tenemos por delante en el campo nacional y popular es nombrar las experiencias, incluso cuando son alucinatorias y nos dan miedo.

Y también nombrar las experiencias para detener el peligro: Massamor.

Este texto contiene lenguaje inclusivo por decisión del autor.

Buenos Aires, 13 de septiembre de 2023.

*CONICET.

Fuente: lateclaenerevista.com

 



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