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12 de marzo de 2022

Otra América es posible

Asumió Gabriel Boric en medio de una fiesta popular. En su primer discurso como jefe de Estado evocó a la figura de Salvador Allende y se expresó a favor del gradualismo: "vamos lento porque vamos lejos", prometió.

Por Gustavo Veiga

Desde Santiago

Gabriel Boric asumió la presidencia de Chile empujado por la fuerza de su militancia, de las luchas feministas, de los pueblos originarios que lo acompañan y el arco iris político de quienes creyeron en él. La plaza de la Constitución, frente al Palacio de La Moneda, marcó el cierre de un día esperanzador para uno de los países más desiguales del mundo. “Vamos lento porque vamos lejos. Es central que ustedes sean parte del progreso. No podemos hacerlo solos” interpeló a quienes le dieron la bienvenida como su máximo representante en el corazón de la Capital. Desde el balcón “por donde entraban cohetes” – como dijo en su discurso ante una multitud-, recordó a Salvador Allende y ese momento aciago del golpe de Estado de 1973. Habló casi 25 minutos, amplificado por dieciséis columnas de voz y un par de pantallas ubicadas en cada extremo de la sede de gobierno. La gente de a pie, un mosaico movilizado sin organizaciones visibles que lo convocaran, le ofrendó consignas de apoyo, le recordó que el expresidente Sebastián Piñera debe ser enjuiciado, que el patriarcado tiene que caer y que está dispuesta a seguirlo si cumple con sus promesas de campaña.

El minuto a minuto de la asunción de Gabriel Boric en Chile

Su discurso, por momentos leído y en otros improvisado, fue escuchado con mucha atención por un pueblo golpeado por el neoliberalismo, donde dominaban mujeres y hombres muy jóvenes, familias con hijos pequeños y en menor medida adultos mayores que sufrieron a la dictadura de Augusto Pinochet. Una mujer que superaba los 70 años mostraba un cartel en sus manos que decía “San Juan-Argentina”. A la pregunta de Página/12 de por qué estaba ahí, respondió: “Porque me tuve que exiliar en San Juan hace más de cuarenta años y no quiero más a una dictadura”. Como fondo se escuchaban pedidos de libertad para “las detenidas por luchar” – durante la represión de Carabineros en 2019-, estrofas de El pueblo unido jamás será vencido de Quilapayún, y evocaciones de los más veteranos a los duendes de Allende, el presidente que cayó en La Moneda hace casi 49 años.

"Una Constitución que nos una"

Boric eligió uno de sus balcones para transmitirle empatía a sus votantes, a quienes viajaron desde Puerto Montt y Arica en los dos extremos del país para acompañarlo, para darle un empujón de respaldo en las causas difíciles que tiene que llevar adelante. Una de ellas es la Convención Constitucional que está en marcha y que debe sacarse de encima definitivamente el lastre jurídico que dejó Pinochet. “En este primer año de gobierno nos hemos impuesto como tarea acompañar de manera entusiasta nuestro proceso constituyente por el que tanto hemos luchado. Vamos a apoyar decididamente el trabajo de la Convención. Necesitamos una Constitución que nos una, que sintamos como propia. Una Constitución que a diferencia de la que fue impuesta a sangre, fuego y fraude por la dictadura, nazca en democracia, de manera paritaria, con participación de los pueblos indígenas. Una Constitución que sea para el presente y para el futuro”, señaló el presidente.

“Chilenas y chilenos, pueblo de Chile” con esas palabras buscó aproximarse a quienes lo siguieron en su recorrido desde el aeropuerto de Pudahuel hasta la Casa de Gobierno en este momento histórico. La Alameda se había abierto para observarlo a él, que llegaba en el mismo Ford Galaxy que utilizaba el presidente socialista entre 1970 y 1973. Un operativo de cinco mil carabineros a lo largo de todo su recorrido hizo que llegara muy rápido hasta el centro de Santiago después de haber pasado la mitad del día entre las vecinas Valparaíso y Viña del Mar.

Lo custodiaba una nube de esos uniformados, a los que en Chile llaman Pacos, que vieron cómo crecía el repudio hacia ellos desde las protestas de 2019. De su discurso en La Moneda quedaron algunas definiciones precisas de hacia dónde va, después de reivindicar las luchas que lo empoderaron y de las que Boric fue el emergente más notable.

Los pueblos originarios

Nombró a las feministas, a las familias que siguen buscando a sus desaparecidos, a los estudiantes endeudados, a los campesinos sin agua, a los artistas que no tienen trabajo y a diversos grupos nacionales, con un énfasis especial en los pueblos originarios y en particular a la nación mapuche. “Quiero decir que en el sur tenemos un problema. Un conflicto en el que antes se hablaba de la pacificación de la Araucanía. Qué término más burdo e injusto. Después algunos decían el conflicto mapuche. No señores, no es el conflicto mapuche. Es el conflicto entre el Estado chileno y un pueblo que tiene derecho a existir. Y allí la solución no es ni será la violencia. Trabajaremos incansablemente por reconstruir las confianzas después de tantas décadas, después de tantas décadas de abuso y de despojo”.

Recordó también que su gobierno “no va a marcar el fin de las marchas, vamos a seguir andando y el camino, sin duda, va a ser largo y difícil”. Marchas en las que él y la generación de dirigentes jóvenes que lo acompañan participaron en un rol activo. Se animó a decir que “cuando terminemos nuestro gobierno, y hablo en plural – aclaró – podamos mirar a nuestros hijos, a nuestras hermanas, a nuestros padres, a nuestras vecinas, a nuestros abuelos y sintamos que hay un país que nos protege, que nos cuida, que garantiza derechos y retribuye con justicia el aporte que cada uno de ustedes hace para el desarrollo de nuestra comunidad”.

Derechos humanos

Recordó con mensajes solidarios a los familiares de las víctimas de la pandemia, no omitió mencionar a la guerra en Ucrania, dijo que “Chile promoverá siempre los derechos humanos en todo lugar y sin importarle en qué país”. Este concepto disparó un cálido aplauso en un sector de la gente que bordeaba la estatua del expresidente Eduardo Frei Montalva (1964-1970), a donde se habían subido varios jóvenes que hacían equilibrio sobre el bronce.

Boric también le dedicó un párrafo saliente a la situación económica chilena: “Sabemos que sigue resentida, que el país necesita ponerse de pie, crecer y repartir de manera justa los frutos del crecimiento. Porque cuando no hay distribución justa de la riqueza y se concentra solo en unos pocos, necesitamos redistribuirla”. El aplauso se hizo más fuerte esta vez.

“Somos profundamente latinoamericanos”, expresó enseguida remarcando la frase y pidió “basta de mirar con distancia a nuestros países vecinos”, en un claro mensaje de unidad destinado a los pueblos que resumió en un concepto: “La voz del sur que se vuelva a escuchar”. En ese momento lo interrumpió la consigna de “juicio a Piñera”, que fue superada en más de una ocasión por el cantito “Boric amigo, el pueblo está contigo”. Casi un clásico de la multitud que recobró la fe después del segundo mandato del empresario Piñera que terminó con la muerte de 34 chilenos – según cifras oficiales – cientos de heridos y varias víctimas de las perdigonadas de carabineros que integran organizaciones del trauma ocular y según el Ministerio de Salud son 449 damnificados que perdieron la vista o sufrieron lesiones menores.

La asunción en Valparaíso

Antes, al mediodía, Gabriel Boric había recibido la investidura presidencial a 120 kilómetros de distancia, en la ciudad portuaria y sede del Congreso. En el momento cumbre de la sesión, respiró profundo, suspiró y tomó impulso para firmar el libro de actas donde consta que es el 34° presidente de Chile. Los diputados y senadores lo habían recibido con un aplauso cerrado aunque no tiene mayoría en ambas cámaras.

Saludó a Sebastián Piñera, su antecesor. Esperó que le entregara la banda presidencial y besara, de manera inédita, la llamada piocha de O’Higgins, una estrella que es considerada el símbolo del poder que se le confiere al primer mandatario. Ya ocupado formalmente su cargo, les tomó juramento a cada una de sus ministras y ministros – 14 mujeres y 10 hombres – después de cumplir con el suyo resumido en diez palabras que definen al menos uno de los caminos que tomará: “Ante el pueblo y los pueblos de Chile, sí prometo”.

El equipo del presidente

Los pueblos originarios que le dieron su voto en la campaña electoral lo recibieron ya en el recinto con vivas a la nación mapuche, la más numerosa de las nueve que conviven en el territorio chileno. Boric asintió con un gesto de aprobación. Saludó de a ratos con la mano en alto y abierta y en otras con un tímido puño cerrado que, se sabe, representa a la tradición de la izquierda. De su gabinete, la primera que juró fue Itzca Siches, la ministra del Interior y primera en la línea de sucesión presidencial. La prestigiosa médica cumplió un papel importante durante la pandemia y fue su jefa de campaña.

Después, el resto de las ministras y ministros, la mayoría muy jóvenes, miembros de la generación de referentes estudiantiles en la que se destacó el presidente, juraron todos al mismo tiempo. Fue distinto a lo que sucede en la Argentina, donde cada integrante del Gabinete lo hace por separado. Cuando finalizó el acto de traspaso, la más requerida por la prensa fue Maya Fernández Allende, la nieta del médico socialista derrocado en el ’73, nueva ministra de Defensa. Socialista como su abuelo, la bióloga y veterinaria nacida en 1971, que se exilió con su familia en Cuba después del golpe del ’73, se incomodó con una pregunta sobre cierto planteo de las fuerzas armadas que despejó con una respuesta amable pero tajante: “Queremos lo mejor para Chile. No recibí ningún cuestionamiento. Hoy es un día de fiesta, de acto republicano, dejemos esa pregunta para otro momento”.

El flamante ministro de Hacienda y ex presidente del Banco Central, Mario Marcel, fue otro de los más consultados. A cargo de un área muy sensible del gobierno, adelantó que el aumento del sueldo mínimo a 500 mil pesos chilenos (el dólar cotiza a 810 en la moneda local) es una meta que se fijó Boric para el último tramo de su mandato.

Jornada histórica

El joven presidente saludó a todos los representantes extranjeros, funcionarios entrantes y salientes del gobierno chileno, besó a su pareja Irina Karamanos sin sacarse el barbijo y demoró varios minutos en salir del Congreso. Le pedían selfies, lo abrazaban a su paso, se detuvo para dialogar con sus pares de Latinoamérica unas breves palabras y ya en la calle tomó contacto con la población de Valparaíso por primera vez como presidente en ejercicio. Lo esperaba una jornada histórica que terminaría en La Moneda.

 

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