Lunes 14 de Octubre de 2024

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Sobre el golpismo y la violencia

Por Mempo Giardinelli

Si esto no es un intento de golpe, que me digan el nombre. Y no hablo de los prefectos y gendarmes que se sublevaron, y que son, desde luego, trabajadores, y como tales tienen reivindicaciones y derechos. Admitamos que las de ellos en esta ocasión fueron justas y atendibles. No es de ellos que habla esta reflexión.

Pero sí de la impresionante histeria de los golpistas. De los viejos fragoteros, los profesionales y los nostálgicos con resurrecciones periodísticas como la del Sr. Aldo Rico. Como viejos lobos que salen a ladrar, desesperan por tumbar al gobierno constitucional a como dé lugar, a cualquier costo. Azuzados, desde atrás, por La Nación y Clarín, verdaderos interesados en la caída de un gobierno que los vuelve locos porque quiere que se cumplan ciertas leyes que afectan sus intereses.

Semejante animosidad, sólo vista hace más de medio siglo cuando se llegó a bombardear la Plaza de Mayo, es sencillamente absurda en esta etapa de la democracia.

Pero está sucediendo, y ya sabíamos muchos que algo así iban a intentar. Lo tengo escrito y los tiempos sombríos son el hoy de esta atormentada sociedad que somos los argentinos.

Desde ya que algunos van a decir que éstas son exageraciones y que el golpismo destituyente no existe. Pero ahí están las furias y puteadas que se escucharon últimamente, y los mails mentirosos e incendiarios que están circulando y que han venido haciendo efecto en cierta pobre inocencia de alguna gente. Minoritaria, pero sustantiva. Y atendible, como todo en democracia. Pero no determinante y, sobre todo, no válida como recurso de autoritarios y oportunistas.

Basta ver los comentarios de supuestos lectores en los diarios que los admiten, donde las amenazas son ya cotidianas. Así crean ese clima de miedo, presentándose como “defensores de libertades”. Falsos, desde luego.

Habrá que tener mucho cuidado, porque las espirales de violencia, cuanto más irracionales y negadas son, más peligrosas. Recuérdese no sólo aquel 16 de junio porteño sino también el Bogotazo cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, y tanto más. Y que nadie diga que esto es exagerar. Ninguna exageración es mucha, en esta materia.

Curiosamente, lo que hay que hacer es ayudarlos. Paradójicamente hay que ayudarlos calmándolos. Serenando a quienes desde las sombras engañan a muchas buenas personas que no saben por qué están enojadas. Que “creen” que aspiran a una libertad que hoy es plena y que precisamente se les terminaría si –hipótesis imposible– acaso un golpe triunfara.

Y es que ahora mismo la Argentina está pasando por uno de sus mejores momentos en términos de democracia, igualitarismo, desarrollo e inclusión social. Nada menos. Y cuando eso pasa –se vio en Ecuador y en Bolivia últimamente–, algunos trogloditas se excitan y estimulan la violencia desde atrás y sin dar la cara.

Cierto que falta concretar muchísimas reivindicaciones, pero jamás en el último medio siglo les ha ido tan bien a los argentinos; jamás hemos tenido una soberanía económica como la actual; ni tienen nuestras clases medias mejores posibilidades para sus hijos, para crecer y educarse. Obvio que hay miles de problemas, pero hay que recordar cómo estaba este país hace unos años. Con Cavallo y sus corrales. Con los recortes del señor López Murphy a los jubilados y a la educación. Con los ricos que no pagaban impuestos; con los capitales que venían no a invertir sino a especular; y con los negociados fabulosos que era cada renegociación de una deuda interminable.

Hay que achicarles a todos el miedo absurdo que tienen: a los que echan leña al fuego e incluso a los que desde las sombras sueñan horribles revanchas. Primero comprenderlos, no devolverles los gritos. Resolver la cuestión de los salarios de los trabajadores de la seguridad y desarmar en el acto toda artimaña golpista. Denunciarlo internacionalmente y alertar a la ciudadanía para que se exprese, en todo momento, por la paz.

El Gobierno, además de despedir a los responsables de este uso político de estos trabajadores, debe hacer una tarea fenomenal con sus propios, con sus funcionarios, con sus jóvenes. Todos deben dar ejemplo de calma, de comprensión de los diferentes, de contención de los equivocados.

Y también hay que destacar el casi en ningún medio mencionado silencio del socialismo y el radicalismo. Que yo quiero leer como gesto de prudencia y sabiduría para no hacerle el juego a la perrada. Y ojalá no me equivoque.

Este episodio debe terminar siendo una gran oportunidad para la paz, porque la Argentina ya tuvo exceso de la perversa medicina de la violencia. Esta nación no puede suicidarse nuevamente. Ya votó a sus verdugos y/o los aplaudió más de una vez. Pero ahora nunca más, y hacerlo en paz. Sin violencia. Que es lo único que debe estar absolutamente prohibido y para siempre en esta tierra.

Sobre el odio y la paz en democracia

Por Mempo Giardinelli
Con la reciente rebelión de gendarmes y prefectos, si una cosa quedó clara es que todo discurso democrático pierde sentido y credibilidad cuando no se corresponde con un comportamiento democrático a la par.

Días después, y cuando se observa un desplazamiento de la política hacia el terreno judicial, cabe concluir que el golpismo en la Argentina existe y cambia de formas. Y ha de ser por eso, porque está vivo y actuante, que cada vez que ante manifestaciones de este tipo algunos salimos a decir que hay peligro de golpe, se nos acusa de exagerados o de agitar fantasmas.

Se discute entonces al emisor del mensaje pero no el mensaje. Y, argentinamente, se paraliza y deforma el debate.

Esto sucede, además, en circunstancias como las actuales, en las que la oposición política cede protagonismo a los medios y no sólo deteriora así su propia representatividad sino que autoriza, aunque no lo quiera, el aventurerismo y el maximalismo de sectores muy retardatarios por derecha y también por izquierda.

Así, el enfrentamiento con el Gobierno no se enmarca en construcción política alguna, propositiva y pacífica con vistas a ser alternativa en 2013 y 2015. Al contrario: lo que hay son expresiones heterodoxas, que incluyen griterío y provocación, funcionales a intereses empresarios y a nostálgicos de la dictadura.

De tal modo parece surgir una oposición que no es tal. Las protestas y acusaciones inorgánicas debilitan aún más a los ya desdibujados partidos políticos, a la vez que exaltan el rol de algunos comunicadores expertos en efectismo y espectáculo, y en muchos casos de dudosa moralidad.

Esa heterodoxia e inorganicidad conlleva, en esencia, valores destituyentes, porque esmerilan las bases de la democracia con discursos inflamados de fervor antipolítico y desprecio por las formas de la democracia (que en esencia es un conjunto de formas a respetar), con lo que impiden o eluden debates y subrayan solamente una supuesta, inexistente ingobernabilidad.

Es un hecho, y lamentable, que mucha gente cree que cree lo que los medios y sus periodistas todo terreno les hacen creer que creen o que deben creer. Así de sencillo y retorcido es el asunto.

Y sucede que con esos ciudadanos, muchos de los cuales pertenecen a las clases medias y medias bajas, no hay que enojarse ni hostigarlos, por más que sean muchos de ellos los que más hostigan. Hay que tratarlos con extrema paciencia y tolerancia, porque aunque no vayan a cambiar es necesario serenarlos para que no se salgan de los carriles democráticos.

Ellos son las verdaderas víctimas de la impresionante manipulación informativa que impera hoy en la Argentina –basada en el arte de titular con lo que no sucede como si fuera inminente que sucederá– y con la cual se inoculan un odio y un resentimiento absurdos. Y desde ya que no es imposible vivir en una sociedad partida al medio mientras se cumplan las reglas de la democracia, pero de todos modos es complejo, arduo y peligroso.

Y es que el odio es un sentimiento inferior, innoble, que degrada más al que odia que al odiado. Desprovisto de ética alguna aunque el odiador se autoconvenza de que su odio deviene de razones morales, odiar imposibilita todo diálogo y acuerdo. Anula acercamientos porque ensancha abismos. Y deviene enfermedad, patología que bien puede ser colectiva.

Además es un hecho que todo gobierno es cuestionable por errores, omisiones y en algunos casos abiertas comisiones como algunas que bueno sería que en el presente se investigaran y sancionaran. Pero también es un hecho cierto que los cambios que la democracia ha traído a este país son cada vez más profundos, igualitarios y modernizadores. Razones éstas por las cuales los odiadores se enfurecen, gritan, desprecian y se cierran a todo análisis, comprensión y diálogo. Porque no soportan la democracia. No es que no la quieren; es que no la toleran, les resulta tóxica.

Desde ya, está claro que el odio y la negatividad generalizados no son patrimonio exclusivo de quienes no apoyan al Gobierno. También hay blogs y expresiones kirchneristas que agitan las aguas, en la idea de que quienes no acuerdan con el Gobierno son golpistas o “enemigos”, y a veces en tonos tan belicosos como los del sistema multimediático. Eso no es bueno, y debieran tomar nota de ello los que sostienen, o dicen sostener, al Gobierno.

El odio y el resentimiento, como el golpismo, la desestabilización y el ánimo destituyente existen, pues, y se activan cada tanto en la Argentina. Guste o no a algunos lectores, denunciarlo a propósito de escarceos como el reciente de gendarmes y prefectos, es un imperativo democrático.

Y acaso también pretende ser una suave docencia para que los disconformes, los de veras afectados y los opositores de todo calibre puedan expresar sus ideas en forma pacífica, exponiendo razones y proyectos en lugar de alaridos y provocaciones. Y se sometan así a la suprema voluntad de la Constitución y las leyes. Y a su estricto cumplimiento. Como debe hacerlo la ciudadanía toda.

Fuente: www.pagina12.com.ar