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EL TIEMPO EN LA CRUZ

OPINIÓN

9 de mayo de 2024

Por qué se acepta que "hay que sufrir"

Los imperativos de crueldad. La práctica de la crueldad se convirtió en el modo habitual de gestión gubernamental. Deconstruir la hipnótica obediencia social se torna la acción política central que decidirá el destino de la democracia.

Por Nora Merlin

“Viva la libertad carajo”, una arenga que suele proferir el actual presidente, funciona como un imperativo anárquico que produce en lo social, paradójicamente, un malestar desregulado y generalizado que nada tiene de libertad. Si todo está permitido para los poderosos nada está permitido para los más débiles.

Se trata en definitiva de un imperativo que se traduce como “arreglate sólo carajo”, que tiende a la desintegración del orden comunitario y la desaparición de la solidaridad. En el gobierno del presidente Milei, la práctica de la crueldad sin vergüenza ni culpa se ha convertido en el modo habitual de gestionar.

Una voz pulsional no dialectizable afirma e impone a la sociedad “Hay que sufrir”, amenaza y no se compadece de enfermos sin medicación, inquilinos sin techo asegurado o discapacitados carentes de ayuda social.

Toda pulsión se articula con un contenido ideacional que justifica la hostilidad, por ejemplo: para terminar con la corrupción del Estado hay que sufrir, afirma el presidente sin remordimiento alguno.

La voz sádica que dice “Hay que sufrir” se transforma en un imperativo hegemónico que conduce al sacrificio y al suicidio social, teorizado por Freud como masoquismo moral.

El masoquismo moral se enraíza en el superyó consistiendo en la satisfacción en el autocastigo y el padecimiento. Toda pulsión implica una lógica económica silenciosa que se articula a un componente ideacional: hay que terminar con una supuesta casta política corrupta que, desde hace años, nos roba y se queda con “la nuestra”.

Lo que importa es la venganza, el castigo a la casta política corrupta, pero, en definitiva, se trata fundamentalmente de autocastigo. La agresión es introyectada, interiorizada, reenviada a su punto de partida; vale decir: vuelta hacia la propia persona. Ahí es recogida por una parte del yo, que se contrapone al resto como superyó y entonces, como «conciencia moral», ejerce contra el yo la misma severidad agresiva que el yo habría satisfecho de buena gana en otros individuos.

Un sector importante, que viene perdiendo derechos y descendiendo en el estilo de vida, repite como un karma el mandamiento “hay que sufrir”, “era necesario”, “algo había que hacer”, “la patria requiere sacrificios”. ¿Cuál es el cuantum de obediencia a un imperativo moral, sacrificial y masoquista que podrá soportar la sociedad? O, dicho en otros términos, ¿cuánto sufrimiento es capaz de tolerar un cuerpo social?

Resulta de gran utilidad recordar el experimento de psicología social llevado a cabo por Stanley Milgram en la Universidad de Yale para comprender la aceptación resignada del sufrimiento de una buena parte de la sociedad.

El experimento de Milgram fue publicado en la revista Journal of Abnormal and Social Psychology (1963) como "Estudio del comportamiento de la obediencia". El fin de la prueba era medir el nivel de obediencia a las órdenes de una autoridad, en un contexto en que dichas órdenes entraran en conflicto con la conciencia personal.

Stanley Milgram, a raíz del holocausto provocado por los nazis, comenzó a preguntarse por la obediencia a la autoridad y a plantearse si cualquier sujeto sería capaz de torturar y asesinar obedeciendo órdenes.

El psicólogo americano ideó un experimento: a los voluntarios se les dijo que iban a participar en un ensayo relativo al estudio de la memoria y el aprendizaje, cuando en realidad se trataba de una investigación sobre la obediencia a la autoridad.

La prueba consistía en que el participante debía implementar supuestas descargas eléctricas dolorosas a otro sujeto, el cual era un actor que simulaba recibirlas. Había que infligir dolor a un ciudadano simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La mayoría de los participantes continuaron dando descargas a pesar de las súplicas del actor para que no lo hiciesen.

Mas allá de algunas diferencias individuales, los resultados mostraron que las personas “normales” de ambos sexos, de diferentes edades, profesiones, ideologías y clases sociales, acataban dócilmente la consigna del experimentador, siendo capaces de comportarse cruelmente. El experimento mostró que sólo el 35 por ciento se negó a administrar las descargas más altas.

Milgram llegó a dos conclusiones:

1) Cuando el sujeto está frente a la autoridad obedece a sus dictados, el discernimiento racional deja de funcionar y se produce una abdicación de la responsabilidad.

2) Las personas han aprendido que cuando los expertos les dicen que algo está bien, probablemente así sea, incluso si no parece ser así. El principio de autoridad casi nunca se cuestiona. Desde el psicoanálisis podemos agregar al experimento de Milgram que la orden superyoica implica una pura obediencia a la voz.

Pascal-Quignard, en El odio a la música, sostiene que la palabra "obedecer" viene del latín y significa "saber escuchar"... oboedescere, que estaría compuesto con el elemento --scere (como en adolecer y enloquecer) sobre el verbo oboedire, compuesto con ob y audire. Dice Quignard: “lo resumo en la fórmula: las orejas no tienen párpados”. La audición, la audientia, es una obaudientia, por tanto, una obediencia. De allí que la obediencia tenga un vínculo esencial con la voz que reclama sumisión y acatamiento.

Freud advirtió que en el vínculo entre la masa y el líder opera un poderoso componente libidinal que conjuga la renuncia a toda iniciativa personal y a la “sumisión humillada”.

Deconstruir y dialectizar la hipnótica obediencia social hacia la “voz de mando” que atraviesa la cultura y grita “Hay que sufrir” se torna la acción política central que decidirá el destino de la democracia.

Nora Merlin es psicoanalista.

Fuente: www.pagina12.com.ar



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