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EL TIEMPO EN LA CRUZ

OPINIÓN

30 de julio de 2023

Festival de demagogia neoliberal

La máquina de inventar ilusiones de la derecha

Por Ricardo Aronskind

Tregua con el Fondo

Finalmente, el viernes se anunció un acuerdo con el staff técnico del FMI. Acuerdo que luego debe aprobar el Board, la autoridad máxima del organismo. Como el Board se va de vacaciones a fin de mes, la aprobación queda para agosto. Entretanto, encontrarán una ingeniería crediticia para resolver los pagos por 3.500 millones de dólares que debe efectuar la Argentina en los próximos días. En total, el organismo multilateral realizará desembolsos por 7.500 millones de dólares en los próximos meses. Lo acordado será revisado en noviembre, cuando se hará otro desembolso. El tironeo hasta el último minuto refleja discrepancias severas con el gobierno argentino, pero también cierta comprensión de que un cortocircuito no le conviene a nadie.

El gobierno implementó durante la semana una serie de medidas que apuntan a mejorar el nivel de las reservas (el FMI aceptó un fuerte recorte en la meta que se había establecido anteriormente), tanto premiando aumento de exportaciones agrarias y regionales como castigando cierto tipo de importaciones no prioritarias. No fue la fuerte devaluación que solicitaba el Fondo y, por lo tanto, su impacto inflacionario debería ser muy acotado.

También se tomaron medidas que mejoran la recaudación fiscal, y está por verse qué se hará con el reclamo fondomonetarista de frenar los aumentos salariales en el Estado. En ese aspecto, el FMI se mostró intransigente en ajustar la meta de déficit fiscal —1,9 % del PBI— a la realidad de la sequía y la consiguiente caída de la recaudación. Haber mantenido la meta fiscal en esas condiciones, equivale a haberla aumentado en términos reales.

Massa logra así despejar transitoriamente el horizonte cercano de las amenazas desestabilizadoras de una crisis política en las negociaciones en el frente externo y, con eso, desarma una de las tantas formas de creación de expectativas catastróficas, a las que una parte de la sociedad parece adicta.

Ahora queda en el cuadrilátero frente a frente —en materia de precios y salarios— con los actores locales concentrados, en general, más reaccionarios e impiadosos que el propio Fondo Monetario.

Sería bueno, en ese sentido, que la sociedad sea notificada sobre qué pasa con los 3.000 millones de dólares que empresas exportadoras no han ingresado a las reservas del Banco Central de la República Argentina, según informó el propio ministro de Economía. Es una acción ilegal de fuerte impacto económico, en un momento en que el país hace piruetas para conseguir dólares. Parece que poner en peligro nuestra estabilidad económica, debilitando las reservas monetarias, sale gratis, no es un tema público relevante y no constituye un delito contra lxs argentinxs.

Demagogia siglo XXI

La derecha está protagonizando un festival de demagogia económica de masas que vale la pena analizar.

Ya Javier Milei, hace unos meses, había captado las fantasías populares con su propuesta mágica de “dolarización”. Simplemente, tomaría la decisión de que circulara el dólar en vez del peso en la economía argentina y todo sería fantástico.

En esta semana fue Luciano Laspina, economista del PRO, quien lanzó la idea, en consonancia con Patricia Bullrich, de “sacar el cepo” desde el primer día de la gestión de gobierno de Juntos por el Cambio.

Debemos recordar que la palabra “cepo” fue un logro propagandístico de los neoliberales locales, que bautizaron de esa forma una correcta política pública de administración y priorización cambiaria, cuando los dólares disponibles son insuficientes para todos los usos que quiere darle la sociedad.

Ambos anuncios, provenientes de la máquina de inventar ilusiones de la derecha, apuntaron a agitar las mentes afiebradas de lxs argentinxs.

No cabe duda de que la derecha local es eximia en su capacidad para utilizar mensajes propagandísticos estrechamente conectados a la fantasía popular. Y es también sobresaliente en su cinismo y falta de escrúpulos.

Durante décadas, en el siglo XX, la derecha argentina “sufrió” al peronismo en materia electoral, ya que este estaba identificado con el incremento de los ingresos y beneficios populares, mientras que la derecha no podía despegarse de los ajustes, las contracciones recesivas y la “mishiadura” popular.

Era difícil, en esas condiciones, superar electoralmente al peronismo en materia de expectativas populares. De ahí la insistencia de los conservadores en denunciar la “demagogia” peronista.

Pero no estamos ya en el siglo XX, sino en el XXI. La economía mundial se ha financiarizado, las culturas políticas han cambiado, y la Argentina ha recorrido a los tropezones un camino de reformas neoliberales que la han subdesarrollado y empobrecido culturalmente.

Y la derecha, que se pasó décadas deplorando su triste suerte electoral y acusando de “demagogia” a los “populistas” que le proponían aviesamente mejoras al pueblo, aprendió de su despreciable enemigo y decidió jugar con las mismas cartas que le atribuía al “facilismo populista”.

Ya durante la dictadura cívico-militar, el poderoso súper ministro de Economía, Martínez de Hoz, protagonizó una experiencia exitosa de demagogia financiera con la “tablita cambiaria” —un mecanismo de venta de dólares a un precio prefijado que garantizaba acceso a divisas artificialmente bajas—, que permitió adquirir dólares cada vez más baratos a la población, la que disfrutó de un transitorio festival de consumo importado y de viajes baratos al exterior. Eso se solventó con endeudamiento externo, que luego otros gobiernos debieron pagar penosamente.

El menemismo tuvo otro hallazgo demagógico, elevado a la centésima potencia: reemplazar la vieja moneda asociada al fracaso inflacionario del alfonsinismo —el austral— por una nueva moneda, el peso, que nacía en un contexto de baja inflación.

Pero la genialidad demagógica suprema no correspondió a Domingo Cavallo, que proponía reemplazar a los australes por pesos en una proporción de 1.000 a 1, sacándole tres ceros para facilitar la cuenta. Fue Menem, quien nunca entendió la convertibilidad, quien con un olfato político supremo, propuso reemplazar 10.000 australes por un peso, lo que parecía más complicado.

¿Qué importancia tenía ese cero de más? Pues bien: si se hubiera implementado la propuesta de Cavallo, la nueva cotización cambiaria del dólar estadounidense en Argentina hubiera sido 1 dólar = 10 pesos. Pero la brillantez para estafar a las masas de Menem pergeñó una fantasía asombrosa: con la conversión que él proponía de australes a nuevos pesos, el tipo de cambio con la moneda norteamericana quedó fijado en 1 peso = 1 dólar.

¡Milagro! Por arte de magia, o por una decisión política facilísima, la gente contaba de repente con una moneda que equivalía nominalmente a la moneda norteamericana, tan anhelada en esa época de dólares escasos y caros. ¿Ven? Sólo había que quererlo y contar con un genio de las finanzas como Cavallo, y ya está: dólares baratos para todos.

Demás está decir que todo ese experimento ruinoso se sostuvo vendiendo las empresas públicas y endeudando nuevamente al Estado nacional y a las provincias, hasta que todo voló por el aire durante el triste gobierno de De la Rúa, quien también había hecho demagogia financiera pre-electoral con su frase “conmigo, un peso es un dólar”.

La actual derecha, ya sin la capacidad de autoproclamarse como “lo nuevo”, ni en el mundo ni en la Argentina, no ha perdido su touch en materia de sintonizar con las fantasías populares.

Claro, el pueblo ya no es el mismo que encarnaba el imaginario peronista, ni siquiera el pueblo kirchnerista que fuimos hace unos años.

Este pueblo actual está mucho más fragmentado socialmente, golpeado en sus estratos más bajos y carcomido universalmente en su comprensión de las cosas debido a los contenidos que le llueven desde todas partes. En ese bombardeo de imágenes, eslóganes y memes, la derecha local y global juega un papel relevante, lo que va configurando un nuevo mundo de expectativas y valores.

Ya no es la justicia social (que hay que recordar que alude a la palabra “sociedad”, un colectivo) el ideal convocante. Ya no es el famoso fifty-fifty entre capital y trabajo (grandes clases sociales) el eslogan que sintetiza las aspiraciones populares. Ahora suena bastante el salvarse individualmente, poder arreglarse con las propias finanzas, poder protegerse de la inclemencia inflacionaria, poder sobrevivir a pesar de que el país se hunda.

Sobre eso trabaja la derecha argentina 2023. Milei grita: “¡dolarizaré!”, y Laspina ilusiona: “sacaré el cepo ya”. No importa que después moderen o maticen esas declaraciones: el efecto de impacto demagógico está logrado. Generan la expectativa de ser los grandes liberadores… de los dólares que vendrán. Están diciendo “con nosotros habrá dólares para todos”.

En términos estrictamente electorales, el mensaje es: ahora, con el Frente de Todos, escasean los dólares (vaya a saber por qué), pero con nosotros, como somos piolas, “sabemos economía” y compartimos con ustedes el amor por los dólares, habrá rápidamente dólares y todos podrán concretar sus proyectos.

Aclaremos: no existe ninguna posibilidad sensata de aplicar esas medidas sin generar un caos económico, social e institucional de consecuencias imprevisibles.

En cambio, es muy fácil anunciar esas medidas. “Abatir la inflación”, dijo Macri en 2015. O “eliminar el impuesto a la cuarta categoría”. Los panfletos demagógicos circulan sin siquiera un octógono que diga “alta dosis de estafa”, “elevada cantidad de ficción” o “no recomendable para personas ilusas”.

Lo cierto que están haciendo demagogia grosera, de masas, que opera sobre la ingenuidad, la falta de conocimientos económicos y, fundamentalmente, la impunidad mediática de la que gozan todas las formas de la derecha local, ya que los medios trabajan a destajo por el triunfo de cualquier variante política básicamente antipopular.

Otra variante de la demagogia, menos dirigida a las masas golpeadas o sedientas de dólares, sino a sectores medios que se han vuelto liberales de salón, es el pedido de Hernán Lacunza frente a las medidas implementadas recientemente por Massa, de que “el ajuste lo haga el Estado”.

Otra chantada basada en ficciones: los privados se salvarían de tener que pasar por estrecheces, porque sería el “Estado” —un ente malo y despilfarrador— el que se tendría que joder, ajustándose el cinturón sin molestarnos a nosotros, la gente decente que se gana el pan sola sin que nadie la ayude.

Nuevamente, abusan de la incomprensión colectiva o de la intoxicación con propaganda neoliberal de buena parte de la población.

El Estado es un elemento central en cualquier país moderno, en cualquier lugar del mundo.

Es imprescindible para que funcione y que prospere cualquier sociedad. Cuando más poderoso es el país, más sofisticado y complejo es su Estado.

Si se tiene la desgracia de que el Estado nacional funcione mal, se perjudica toda la sociedad. Para que funcione bien hay que mejorarlo, no desfinanciarlo.

Dicho sea de paso, los famosos “empleados públicos” son médicos, enfermeras, docentes, policías, militares, científicos, jueces, ingenieros, técnicos, aviadores, peritos, etc. ¿De quiénes se puede prescindir? No hay nadie serio en Estados Unidos o en la Unión Europea o en Japón, que sostenga la prédica antiestatal que existe en la Argentina.

Por supuesto que se pueden lograr mejoras en la forma de prestación de servicios o de funcionamiento del Estado en todos sus estamentos. Pero aquí, hace rato, se viene machacando con la tontería, que Milei sólo lleva al extremo, de que se puede prescindir de una institución fundamental para que funcione la sociedad. En realidad, toda la cháchara anti-estatista local apunta finalmente a que los sectores más acomodados de la sociedad paguen la menor cantidad posible de dinero en impuestos. No les interesa un Estado que funcione, sino que les resulte barato.

De todas formas, en estos reclamos para “que el Estado se ajuste”, jamás aparece mencionado el despilfarro gigante de recursos que implica el endeudamiento público y los intereses infinitos que debemos pagar a los acreedores financieros. A esas erogaciones monumentales, los economistas genios de la derecha nunca piden que las “ajusten”.

Como tampoco reclaman por una administración tributaria rigurosa y eficiente, que de concretarse podría eliminar el déficit fiscal y terminar con la necesidad de endeudamiento público. Como se ve, toda la argumentación “técnica” de los genios financieros de la derecha no es otra cosa que puja distributiva encubierta contra los sectores populares y a favor de la continua concentración de la riqueza en los sectores minoritarios de la sociedad, a quienes representan.

En busca de un discurso

Hemos tratado de señalar algunas de las numerosas incongruencias y limitaciones del discurso de la derecha argentina, responsable de los más catastróficos gobiernos de las últimas décadas.

Teóricamente, un bloque político popular podría contar con numerosos argumentos fuertes para enfrentar a la propaganda derechista. En realidad, debería encarar una campaña electoral moderna, que no consiste meramente en argumentos lógicos, sino en movilizar los sentimientos y emociones a favor de una determinada causa.

El tema es que quien debe construir un discurso, una explicación de lo ocurrido y una imagen de futuro, es Unión por la Patria, un espacio político que recién está tomando forma, surgiendo de un gobierno que tuvo algunos aciertos, pero que fue muy débil a la hora de defender los bolsillos populares frente a los poderes concentrados.

La campaña de UxP tendría que ser oficialista en algunas cosas y opositora en otras. Debería ser muy clara en sus propuestas y ser también clara en denunciar y demostrar la demagogia grotesca de la derecha. Allí donde radican los peores fracasos del actual gobierno, deberían estar sus propuestas más claras y visibles.

Dado que no puede inventar paraísos ficcionales ni engañar a la gente como sí hace el macrismo, UxP deberá ofrecer algunas medidas muy concretas y visibles, además de políticas sensatas y productivas. Y centrarse en ellas. No se puede dar el lujo de hablar en abstracto o para entendidos. Tiene que reconectar con los sectores que aspira a representar, mostrar un futuro mejor y posible. ¿Hay espacio programático para una síntesis interna, que se exprese en una propuesta viable? Creemos que sí. La Argentina es un país enorme y un buen gobierno, que al mismo tiempo construya poder, puede lograr muchísimos resultados.

Se puede ofrecer un buen gobierno, de mejora concreta, para la mayoría de los argentinos. Nada está garantizado, pero el potencial existe.

Fuente: www.elcohetealaluna.com



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