OPINIÓN
21 de julio de 2023
¿Qué elegir?
En un tiempo transicional de las fuerzas populares, Unión por la Patria debe ser entendido como un frente de detención del fascismo que supone derrotar a la derecha criminal, aunque tal propósito parezca insuficiente en tanto obtura, por ahora, una voluntad de transformación.
Por Rocco Carbone
Transición e incertidumbre
La historia de la humanidad puede ser imaginada tal vez como una planicie con rugosidades, memorias engarzadas de momentos transicionales, de signos de pasajes entre temporalidades contiguas o superpuestas, circunstancias de la vida, generaciones, cambios, mudanzas, transformaciones, metamorfosis, éxodos, migraciones, horrores, revoluciones, instantes de detención popular liberados por potencias emancipatorias, etc. Si dijéramos entonces que esta, la nuestra, es una época de transición, nada diríamos de gran relevancia. Y sin embargo, estamos arrojadxs a un torbellino transicional. Si miramos hacia Europa se ratifica esta hipótesis, pues vemos un continente en cuyo corazón se está desplegando una guerra entre países limítrofes con reverberaciones mundiales. Se trata del capitalismo mundial en guerra. La guerra siempre tiene efectos imprevistos, y la que se está llevando a cabo entre Rusia y Ucrania (en realidad, la OTAN) es posible que signifique una transición de un orden a otro: de la hegemonía globalizadora a una posthegemonía aún opacamente imaginable. Aquí, entre nosotrxs, un canal de noticias como C5N, dio inesperadamente de baja un programa de la mayor sofisticación en la clave de lo nacional y popular: Caníbales. También esa decisión ratifica un momento transicional. Tal vez debido a una cuestión de rating -aunque lo dudamos-, o a la percepción del exordio de un nuevo tiempo político -es más probable-, o tal como propuso Alejandro Kaufman, a las consecuencias de una breve proposición, pícara y sin embargo riesgosa acerca de los “encantos” -exentos de coincidencias en el pensar- del hasta un puñado de días puntero del fascismo liberticida: Más latón, cuyo optimismo econométrico (“bullish”) deniega dolores y realidades sociales del más hondo dramatismo.
Inherente de lo transicional es la incertidumbre. En virtud de ella el ser persevera en una búsqueda para intentar minimizarla. La incertidumbre es una de las constantes de la existencia, constituye una especie de hábitat de la humanidad, aunque a lo largo de la historia hayamos luchado para aminorarla y afirmar la felicidad individual y colectiva: el ordenado vivir, más o menos previsible. La fuerza de la incertidumbre provoca desasosiegos sociales, cognitivos y psicológicos. Para reducir la angustia inmanente a la incertidumbre, hemos elaborado resortes compensatorios -ilusorios o cognoscitivos-: la elaboración de la providencia divina, las expectativas vinculadas a los avances científicos, los modos propios de la política. Se trata de dispositivos a través de los que intentamos contener la acción del caos o volverla más o menos irrelevante a los fines de la existencia.
Política y poder
La política concierne al poder. A la capacidad de los grupos sociales de mantener o modificar los modelos de convivencia y las modalidades de distribución de los recursos. Despliega definiciones acerca del Estado, comporta la habilidad para articular hegemonía, crear consenso o generar conflictos, y es una herramienta (idónea) para promover relaciones significativas entre las instituciones y lxs ciudadanxs, al interior de la sociedad y entre Estados. El poder es una relación social, por ende es antropológicamente significativo. Se tensa entre varios sujetxs o, más bien, circula entre sujetxs. No se queda estacionado aquí o allí ni se concentra en las manos de alguien puntual. El poder nunca es poseído a la manera de una mercadería o un bien. Los sujetos, en actos simultáneos, ejercen y se someten al poder. Lo vehiculamos. Esto quiere decir que no somos apenas “sus puntos de aplicación”. Si se acepta como una relación social, las relaciones de poder comportan la habilidad de unxs de trazar límites a las acciones de otrxs. Esta habilidad puede derivar de los recursos que tienen unxs y que permiten privar o conferir su libertad, su integridad física, el acceso a fuentes de alimentación, habitación y otros bienes materiales primarios a otrxs; ofrecerles o negarles un razonable reaseguro de que su vida tiene o no sentido y valor.
El poder, además, tiene una concepción. Puede responder a la concepción de proveer servicios y perseguir fines sociales colectivos. O puede responder a la concepción contraria: negarlos. Esta concepción es propia del campo antagonista. El poder (sobre todo el que tiene una latencia reaccionaria) azuza un núcleo antitético respecto de la coexistencia pacífica y no violenta, y tiene también un elemento antagonista respecto del bienestar colectivo. Cuando en cambio responde a una racionalidad y a una sensibilidad populares, entrama una política emancipadora y esta pasa a ser la actividad primaria dedicada al más importante de los bienes soberanos: la creación de ciudadanxs virtuosxs, que aspiran a la eudaimonia (Aristóteles), esto es: a una condición general de bienestar. Leída en el revés de la trama, ésta implica aminorar la incertidumbre.
Otra dimensión que nos verifica el momento transicional se configura alrededor de la coyuntura del elegir, que se balancea entre el horror y su detención a través de un nuevo frente político.
¿Qué (quiere decir) elegir?
Elección quiere decir elegir una forma de estatalidad (de un Estado que articule, oriente y ejerza el poder en un sentido popular), hacerlo en función de la clase (mejor: de las clases trabajadoras que no reposan sobre grandes recursos y que experimentan distintos tipos de necesidades y dolores) y también de una idea, que es el campo nacional y popular, que está atravesando un paraje de incertidumbre, y que desde ya no es una idea fija ni eterna sino la posibilidad de constituirlo en cada etapa histórica.
Elección quiere decir también elegir un nombre: Massa. El nombre político es un cuerpo metafórico que, usado literalmente, nos introduce en una dificultosa zona de imprecisiones que terminan cerrando el entendimiento con un sello de incomprensión y dificultan la conversación política condenándola a un régimen discursivo aplanado. Quiero decir que ese nombre requiere una necesaria historización y ser ubicado también en las fuerzas de la historia escenificadas en la coyuntura. Para que ese nombre disminuya las amplias evocaciones metafóricas debería disponerse a responder una serie de preguntas. Ensayamos algunas, que sería deseable sean ampliadas dentro del campo propio. Puesto que la sociedad argentina está atravesada por la discriminación social propia del capitalismo, ¿qué clases sociales pagarán la deuda ante el FMI, las que endeudaron al país y que posibilitaron la fuga? ¿Qué posiciones se asumirán ante la concentración pavorosa de poder que empalma la mediaticidad monopólica adosada a un segmento conspicuo del poder judicial (y policial), entramado que se constituye en una fábrica-de-verdad? ¿Qué inteligencias movilizará para detener el descuartizamiento de Milagro Sala, su calvario, interrupción que expresa también el sentido del indeclinable camino de los derechos humanos? ¿Qué políticas elaborará para que los lazos sociales hagan a una sociedad más o menos cohesionada? ¿Qué sistema de creencias comunes, compartidas, se entramará en tanto sostén de una fuerza colectiva? ¿Qué disposiciones se confeccionarán para el cuidado de la soberanía, concentrada en los bienes naturales comunes que no activen un modo de neoextractivismo exportador, complemento industrial sostenido por bajos salarios que permitan el pago de la deuda?
Elección quiere decir elegir también una estructura compleja en la que cimbra la conducción. Esta es una inteligencia general, un mecanismo de transferencia de fuerzas de la sociedad al Estado y de las instituciones al movimientismo, una comprensión histórica que se expresa en una lengua y una cultura. En la conducción hay una fuerza -el kirchnerismo- que también está en estado transicional o de “conversión” (como sugirió en una conversación con Sebastián Torres). Mirada desde la implosión neoliberal de diciembre de 2001, esa fuerza situó lo posible bajo el signo de la audacia y la emancipación, y lo empalmó en un tejido mayor -la Patria Grande-, compleja escena en la que convivían experiencias políticas progresistas, reformistas y revolucionarias (Venezuela y Bolivia concretamente, países en los que las emergencias de Chávez y Evo signaron el ascenso de bases sociales sumergidas por sistemas coloniales racistas y determinaron alternativas transformadoras radicalizadas). Mirada en la coyuntura actual, sitúa lo posible en un nuevo frente de características conservadoras -reservándose una acumulación de fuerzas en el poder más plebeyo de la república democrática: el legislativo- y aún así relevante, que sin embargo debe ser considerado críticamente, sosteniendo un pensamiento que no niegue las vacilaciones ni se prive de volver a flexionarse sobre sí mismo todas las veces necesarias (inevitables). Porque elegir una opción conservadora implica inherentemente un riesgo: habilitar que se imponga.
Relevante porque Unión por la Patria debe ser entendido como un frente de detención del fascismo. Esta palabra inquietante debe ser leída menos como un índice del siglo XX y como categoría política “eurocéntrica” y perimida que como el nombre de una potencia negativa, siempre actual, trágicamente disponible, que oportunamente estimulada sabe volver. Convenientemente excitada -lo ha hecho la Libertad Avanza- abandona su condición de enano y empieza a movilizar una energía latente, hoy ampliamente activa en la Argentina. Jujuy -junto con todos los nombres que allí convergen para aplastar y censurar la insurrección popular- es su punto de mayor refracción; hace un puñado de meses, se expresó con la tentativa del magnifemicidio; todos los días nos anestesia ante los dolores sociales. Detener el horror, hacer control de daños, derrotar a la derecha criminal nunca es un mal propósito, pero es sobre todo una obligación cívica y moral. Insuficiente, si se quiere -en tanto obtura por ahora una voluntad de transformación- y, sin embargo, considerable.
Las transiciones entre una expansión emancipadora y una contracción conservadora (ojalá sea un parpadeo) constituyen una táctica que eleva, y no que aplasta, el nivel general de conciencia política del kirchnerismo en tanto fuerza avanzada del campo nacional y popular. De otro modo: habla de su vitalismo. Las grandes teorías revolucionarias de la historia bien han sabido indicarlo: por un puñado de años -“en el período del 1903 al 1912”- fue necesario estar formalmente unidos a los mencheviques en un partido socialdemócrata, sin interrumpir la lucha ideal y política contra su influencia en el seno de lo popular. Aceptar los condicionamientos impuestos por el curso de la historia no significa renunciar a la afirmación popular que puede revitalizarse trabajando militantemente para volver a atizar la llama -la potencia erótica- contenida en otro nombre: Kicillof. Insistir en sostener la idea de una izquierda movimentista e igualitarista, menos por su belleza -que indudablemente la tiene y es importante- que para sortear las debilidades que tenemos (el paraje de incertidumbre) y para una afirmación popular que sea paravalanchas ante el conservadurismo.
Este texto contiene lenguaje inclusivo por decisión del autor.
Fuente: lateclaenerevista.com