OPINIÓN
19 de septiembre de 2022
¿Es ella la que odia?
En su primer mensaje público tras el atentado, Cristina Fernández convocó otra vez al diálogo.
Dijo que el intento de asesinarla significa “una ruptura”, que obliga a un “proceso de reconstrucción”.
Remarcó que “eso no lo vamos a lograr hablando, únicamente, entre los que pensamos de una manera”.
Por Eduardo Aliverti
En su primer mensaje público tras el atentado, Cristina Fernández convocó otra vez al diálogo.
Dijo que el intento de asesinarla significa “una ruptura”, que obliga a un “proceso de reconstrucción”.
Remarcó que “eso no lo vamos a lograr hablando, únicamente, entre los que pensamos de una manera”.
Como para no quede ni la más remota duda, la vicepresidenta mencionó su encuentro con el economista Carlos Melconián y repitió que “la gracia no es juntarse con los que piensan igual. La gracia es juntarse con los que piensan distinto y ver si, al menos en economía, podemos tener un acuerdo mínimo”.
Medianamente un acuerdo en eso para volver a reconstruir, subrayó en una tercera oración prácticamente consecutiva a las anteriores.
Por si fuera poco, contestándole a su propia pregunta acerca de si es posible reconstruir el país y la economía cuando sólo se insulta y agravia, en irrebatible alusión a ideas o proyectos para combatir los discursos de odio, CFK advirtió que “no es necesaria ninguna ley especial”.
Sinceramente, enfatizó, reconstituir eso que tanto trabajo nos costó lograr a partir de 1983 no requiere sanción de ley alguna. “Las que están vigentes alcanzan y sobran”.
Increíblemente, o todo lo contrario, ni los medios oficialistas destacaron con prioridad esos dichos de Cristina en su reunión con Curas Villeros, Curas en Opción por los Pobres y hermanas, religiosas y laicas.
Se prefirió convertir en sobresaliente que CFK adjudicó a Dios y a la Virgen el milagro de estar con vida, lo cual dejó espacio a cruces afiebrados -más del palo propio que del otro- en torno de si encomendarse a deidades habla bien o mal de la Vicepresidenta.
Los medios opositores hicieron psicología barata, y proyecciones obvias, sobre qué significa una Cristina avisando lo poco que la seduce engancharse con otra chance presidencial, debido a que ya lo experimentó dos veces junto con haber acompañado el turno de su esposo.
Ni los unos ni los otros se encargaron de tomar el nodo de lo reclamado por la dirigente que sigue llevándole años luz a todo el resto del arco político, sea que se la ame o se la deteste.
En paralelo con esas insistencias de Cristina, al convocar por casi enésima oportunidad a un diálogo que pudiese permitir ponerse de acuerdo en aspectos básicos, Larreta hizo una demostración de fuerza al juntar a unos 150 cambiemitas de todo el país.
La interpretación generalizada fue que el intendente porteño, en aras de su proyecto presidencial, buscó marcarle la cancha interna a una Comandante Pato -y previo o por extensión a Macri- que no se dignó a condenar el atentado, siquiera por formalismo.
Es falso o sólo parcialmente cierto que la movida tuvo esa exclusividad.
Larreta dejó claro hace rato que su invitación dialogal excluye al “peronismo kirchnerista”, sindicado en alrededor de un 20/25 o, como muchísimo, 30 por ciento de la sociedad con el que jamás habrá de sentarse a conversar un pito.
De hecho, en esa juntada en el Centro Cultural Recoleta y al margen de una retahíla de lugares comunes, el alcalde previno que en el gobierno nacional “no tienen un plan”. Solamente “internas, chicanas y dedos levantados señalando culpables”.
Más aún: es asimismo en medios oficialistas y opositores desde donde se comunica, a través de voceros en off, que el pedido de diálogo por parte de Cristina corre por cuenta del “kirchnerismo duro”, o apenas de ella, y/o que, primero, deben convenirse cuáles serían los fundamentos de tal consenso.
Esto es sensacional.
Ahora resulta que Cristina sería acusable de moderada y que los moderados, debido a que quisieron matarla, se pusieron más duros que ella misma.
Resulta que la gatillan en la cabeza, es ella quien vuelve a abrir la mano y son los demás, propios y ajenos, quienes pretenden cerrársela.
Se ratifica que, en lugar de la interpretación fáctica e intelectualmente honesta de lo que dice y hace Cristina, hay la construcción que cada quien necesita formularse sobre lo que ella representaría.
Hay gente que vocifera de esa manera por gorilismo ancestral. O por melancolía ideológica. O por resentimiento desclasado. O por la noble pulsión de aferrarse a utopías sujetas a una figura. Etcéteras.
Así, en el bando salvaje del odio, el grupo que preparó y produjo semejante “episodio” no es más que la escenificación de un autoatentado (definirlos como “los copitos” es de una semántica nada inocente: le baja el precio a lo que, como advierte el colega Pedro Brieger, el FBI define cual terrorismo doméstico).
El revólver fue de juguete en lo instrumental.
Y el invento es de manual, para que se hable de esa fruslería en reemplazo de un proceso inflacionario tremebundo o de la crisis del Frente de Todos.
O así, es mejor edificar una Cristina inflexible, decidida a no negociar absolutamente nada, que no dice ni hace lo que es sino lo que yo necesito que diga y haga.
Como ya se expresó en este espacio, es muy complicado (por no decir improbable, o directamente imposible) imaginar que pueda dialogarse con quienes piensan que al peronismo debe pulverizárselo. No ganarle. Liquidarlo.
Sin embargo, es Cristina quien vuelve a tener la grandeza de ubicarse en un rol de estadista. Eso, como ya se alegó aquí, queda (muy) por delante de los yerros o las demasías en que pueda haber incurrido cuando percudió al Gobierno que integró e integra.
Más allá de lo “bien” que parece haberle ido a Sergio Massa en su gira para revolear la pelota, con el FMI y alrededores, y de la presentación de un presupuesto nacional cuyas perspectivas optimistas no terminan de creer ni en el elenco oficial, CFK sabe que con esta inflación no es que no hay gobierno que aguante. No hay país que aguante.
Alfredo Zaiat, en su columna de este domingo en Página/12, explica precisa y técnicamente que la economía navega sin anclas antiinflacionarias y sin más apuestas que cumplir con el programa del Fondo Monetario.
Hasta aquí, pese a lo certero de que con ajustar “la macro” no alcanza, pero sin componerla no se puede, Massa -el Gobierno, vamos- sólo se ocupa de atender la emergencia financiera.
Por eso CFK convoca a algún tipo de acuerdo que, en lo implementativo, podría consistir en algún shock de cambio en el signo monetario. O de segmentación al respecto, más sencilla que la ¿locura? o los inventos de varios tipos de cambio. O de instrumentar un déficit fiscal que no pase por dejar afuera a millones de trabajadores.
Los (neo)liberales argentinos, virtualmente sin excepciones y sin necesidad de caer en humoristas como Milei, son espeluznantes. Trazan un Excel y solucionan todo con cuánto entra y cuánto sale. Cualquier académico clásico con tendencia hacia el egoísmo individual como factor de estímulo productivo, no ya Keynes, los reprobaría con signos de repudio. Por burros.
Es a gente como ésa que Cristina, la vengativa, la sacada, la chorra, la yegua, les dice que no importa.
Que sentémonos a conversar, porque esto se va al demonio y la vamos a pagar nosotros. Pero ustedes también.
¿O alguien se imagina que este país es gobernable teniendo en contra al peronismo a quien Larreta, Macri o la pistolera Bullrich pretenden exterminar?
Fuente:www.pagina12.com.ar