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EL TIEMPO EN LA CRUZ

OPINIÓN

7 de mayo de 2013

La concentración económica detrás de la lógica devaluacionista

Por Mariano Beristain

Los grandes impulsores de la devaluación son los mismos que durante los últimos 30 ó 40 años vienen fugando capitales al exterior y consolidan sus ahorros en dólares a través de distintas maniobras que les permitieron fugar al extranjero u$s 200 mil millones entre 1978 y 2012, producto del lavado de dinero, la evasión fiscal y la corrupción. Este dinero se recicla y regresa al país muchas veces a modo de autopréstamos cuando se produce un resquebrajamiento económico que destruye el valor de los activos (tierras, empresas, inmuebles, etc) que favorece la compra a un precio de remate.
Recuerde usted que tras la salida de la ficticia Convertibilidad, y en medio de una desocupación y pobreza galopantes, un departamento de tres ambientes en algunas zonas de la Capital podía adquirirse a U$S17 mil, un valor irrisorio.

 

 

El dólar ilegal es un fenómeno llamativo porque se ha transformado en un termómetro más de la economía, pero nadie sabe a ciencia cierta cómo se fija su precio. Incluso, muchas veces, las propias cuevas tienen precios totalmente distintos para el mismo dólar.

Sin embargo, el valor final, con sus alzas o bajas (generalmente alzas) lo definen uno o dos grandes operadores ilegales y después los diarios se encargan de darle un viso de formalidad que algunos jugadores económicos utilizan como referencia, aunque en la práctica todas las operaciones de comercio exterior utilizan el dólar oficial.

En principio, la interpretación más cándida que hacen los devaluacionistas del fenómeno blue es que refleja el atraso del tipo de cambio y también la intervención del gobierno en el mercado cambiario.

Por eso, el presidente del Banco Ciudad y referente económico del PRO, Federico Sturzenegger, pidió llevar adelante una devaluación del 30 ó 40% para recuperar la competitividad del sector exportador y de otros sectores de la economía.

Bajo esta interpretación, la devaluación aparecería como una apuesta a favor del normal desenvolvimiento del sector productivo, que por la irresponsabilidad del poder ejecutivo ha perdido competitividad, fruto del atraso cambiario, de la presión impositiva y de las mejoras salariales. Esta lectura casi romántica de una devaluación del peso coloca al gobierno como el villano que, obcecado, que se opone a mejorar la competitividad del sector productivo y que el blue (nombre romántico si los hay) tiende a sincerar una situación que hubiera ocurrido naturalmente si el gobierno no interviniera el mercado, ya sea a través de la administración del tipo de cambio, la fijación de derechos de exportación y de cualquier impuesto "distorsivo" como las paritarias, que afectan su ganancias.

La creación, crecimiento y escenificación mediática del monstruo verde blue se explica en gran medida, entonces, como una maniobra "correctiva" de los mercados para forzar al gobierno a que produzca una maxidevaluación, que permita a los grandes grupo económicos recuperar la rentabilidad perdida.

Más allá de la jerga técnica que se utilice para denominarlo, este cuadro de situación puede sintetizarse como un intento de golpe de mercado.

Es decir, los grupos económicos, solapados y escondidos, buscan forzar al gobierno a que redistribuya la renta a su favor mediante una abrupta devaluación que reduzca el peso del salario y de los impuestos en el sector privado.

La contracara de esta visión de los grupos concentrados es que una devaluación reduce el poder adquisitivo de los trabajadores y de aquellos que tienen ingresos fijos en pesos, que ahora deberán pagar un precio más alto por muchos de los productos que compran. Sin embargo, este no es el único objetivo de la corrida cambiaria. En la página 3 de este diario, el titular de la Unidad de Información Financiera (UIF), José Sbatella advierte que la devaluación persigue un objetivo aún superior.

Los grandes impulsores de la devaluación son los mismos que durante los últimos 30 ó 40 años vienen fugando capitales al exterior y consolidan sus ahorros en dólares a través de distintas maniobras que les permitieron fugar al extranjero u$s 200 mil millones entre 1978 y 2012, producto del lavado de dinero, la evasión fiscal y la corrupción. Este dinero se recicla y regresa al país muchas veces a modo de autopréstamos cuando se produce un resquebrajamiento económico que destruye el valor de los activos (tierras, empresas, inmuebles, etc) que favorece la compra a un precio de remate. 
Recuerde usted que tras la salida de la ficticia Convertibilidad, y en medio de una desocupación y pobreza galopantes, un departamento de tres ambientes en algunas zonas de la Capital podía adquirirse a U$S17 mil, un valor irrisorio.

En los períodos de crisis o devaluaciones, aquellos que tienen atesorados dólares en grandes cantidades, generalmente firmas locales fugadoras como Clarín o las multinacionales, pueden comprar empresas pequeñas y medianas competidoras y ganar una mayor participación en el mercado. La lógica devaluacionista que impulsan, entre otros, Sturzenegger y Domingo Cavallo, y que generalmente es la expresión dialéctica de la operatoria que siguen los grandes grupos concentrados para fogonear, en este caso a través del dólar ilegal, grandes rupturas económicas cada 10 o 15 años, tiene múltiples objetivos. En primer lugar, favorece la concentración económica, afectando a las pymes y la competencia. Además, deteriora el clima social porque hace más regresiva la distribución de la riqueza (pierde participación real el salario) y actúa como mecanismo de disciplinamiento de los trabajadores.

La propia concentración en los holding empresarios le resta capacidad de decisión al Estado, debilitado por su menor peso en la economía, frente a grandes grupos de poder financieros y económicos. Estos son, en definitiva, los objetivos que persiguen los devaluadores en el mediano y largo plazo.

El desafío del gobierno es romper con esta lógica maldita y el chantaje del stablishment económico. 
 

 

Fuente:www.infonews.com



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