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EL TIEMPO EN LA CRUZ

13 de octubre de 2013

Operación canalla

Un grupo de periodistas y medios intentaron transformar la dolencia presidencial en una virtual acefalía. La prudencia de la oposición frente a los embates de Clarín. El rol de Morales Solá, Lanata y Nelson Castro.

Vieron una chispa de crisis institucional y se les hizo nafta la boca. Pero en el arrebato pirómano no se percataron de que, esta vez, sus habituales acompañantes de ataque dieron un republicano paso atrás, mientras que la ejercitada defensa K se movió en bloque hacia adelante, sin fisuras. En el argot futbolero, quedaron en offside. Solos, a la vista de todos, y con el fósforo prendido tratando de encender en vano una mecha empapada de fortaleza democrática: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner fue intervenida de una dolencia en la cabeza sin que el país estallara por los aires, contrariando los pronósticos del periodismo pírrico que en las horas iniciales de convalecencia presidencial iniciaron una operación canalla plagada de artificios.
 
La maniobra se inició el sábado 5 por la mañana, en simultáneo a los rumores que sugerían una internación imprevista de la primera mandataria. Los excesos de imaginación especulativa se vieron favorecidos por el habitual secretismo que suele rodear a la salud presidencial. Aquí, y en la mayor parte del planeta, los acontecimientos clínicos de un presidente son tratados como un delicado asunto de Estado debido al inevitable efecto político, social y económico que ese tipo de noticias suele tener sobre la población. La ausencia de protocolos, sumada al excesivo celo con el que los K suelen manejar sus contactos con los medios de comunicación, hizo que la información oficial se conociera doce horas después de que CFK fuera auscultada en la Fundación Favaloro por una arritmia cardíaca y un cuadro de cefalea que derivó en el diagnóstico de colección subdural crónica que el vocero oficial, Alfredo Scoccimarro, difundió en la noche del sábado. A esa altura, una nociva combinación de ansiedad periodística y el espíritu incendiario de cierto periodismo anti K engendraba matutinos inflamados, donde abundaba la crítica por la supuesta demora en la difusión de la información, diagnósticos clínicos temerarios y hasta acusaciones increíbles como la que profirió el columnista de La Nación, Joaquín Morales Solá: “El secreto excita la desconfianza. No pocos argentinos se preguntaban anoche si la enfermedad presidencial no estaba siendo dramatizada con fines electorales. La suspicacia se respalda en el uso y abuso que el kirchnerismo hizo por la muerte prematura de Néstor Kirchner. Sin embargo, es difícil que esa especulación exista ahora. La presidenta se ha puesto en manos de muchos médicos que no conoce y de un sanatorio como el de la Fundación Favaloro que no se prestaría a semejante maniobra política”.
Con una ingenuidad impropia de su trayectoria, el columnista que supo complacer a la dictadura cuando se desempeñó como jefe de redacción de Clarín y a quien los Wikileaks delataron como “periodista cautivo” de la embajada de Estados Unidos, intentó sembrar, con el viejo recurso de negar lo que en realidad se afirma, una idea insólita: que el Gobierno sería lo suficientemente perverso como para inventar una dolencia presidencial con el fin de obtener el “voto lástima” que, a su entender, nutrió la cosecha el 54 por ciento de los votos que le dio la reelección a CFK. Semejante delirio no merecería mayores consideraciones si Morales Solá no fuera quien es: un vocero del establishment con habilidad para transmitir mensajes cifrados en las alturas de poder real y bajar al llano las instrucciones de los clientes corporativos que compran su Newsletter como un modo de retribuir esos favores.

En el microclima político se sostiene que el establishment usa las columnas dominicales de Morales Solá para imponer la agenda semanal desde las páginas de La Nación. La leyenda sugiere, además, que la tarea se completa un día después, cuando el propio columnista inaugura la semana de programas políticos desde la pantalla de TN, el canal de noticias del Grupo Clarín. Sin negar su cuota de mito conspirativo, a favor de la tesis hay que apuntar un dato: desde que Clarín salvó a La Nación de la quiebra, el vínculo editorial pasó de la curiosa cordialidad entre competidores amigos a la promiscuidad lisa y llana, con el oligopolio de la calle Piedras ejerciendo el mando, claro está.

El anómalo consenso editorial entre los dos principales matutinos de la Argentina se expresaba con decoro desde la dictadura –cuando conformaron el consorcio que se apropió de Papel Prensa– pero se volvió brutal cuando Clarín inició una guerra a todo o nada con el gobierno K. El último fin de semana fue apenas otra muestra de ese consenso. Los exóticos pensamientos publicados por Morales Solá en la mañana del domingo 6 fueron retomados y amplificados por Jorge Lanata en la pantalla del 13, el canal de aire del Grupo Clarín. Como quien sigue un libreto, Lanata arrancó su show sugiriendo que el Gobierno habría ideado la dolencia de Cristina como un modo de sensibilizar al electorado y sumó, luego, el segundo elemento que desde entonces el grupo usó para azuzar la tesis del riesgo institucional: la posibilidad de que el vicepresidente Amado Boudou quedara como vicepresidente en ejercicio de la presidencia, tal y como prescribe la Constitución nacional.

La edición “urgente” de Periodismo Para Todos intentó infundir terror casi desde su título. En un poco disimulado intento de asociar urgencia con emergencia, Lanata deambuló entre mesas de invitados que fueron a decirle lo que el animador quería escuchar: que el país estaba al borde del abismo. El más elocuente fue el politólogo y encuestador Jorge Giaccobe, quien no conforme con pronosticar tempestades convocó a la rebelión popular en caso de que el vicepresidente debiera cumplir con su rol constitucional: “Yo no creo que la sociedad permita que Boudou reemplace a la Presidenta”.

Lanata: “¿Y cómo lo podría evitar?”.

Giaccobe: “Plaza de Mayo. Hubo otras situaciones parecidas, López Rega, donde la sociedad no quiso que alguien la representara o estuviera en el poder. Me parece que tenemos por delante un problema muy serio que es qué pasa si la Presidenta no se repone”.

Giaccobe, consultor peronista que supo trabajar para Eduardo Duhalde y hoy opera encuestas para Sergio Massa, repitió su insólita convocatoria un día más tarde, cuando ya se sabía que la mandataria sería intervenida en la Favaloro y Boudou había asumido el interinato que prevé la ley. Lo hizo en el programa radial de Candelaria de la Sota, periodista de la sección economía de Clarín e hija del gobernador de Córdoba, fervoroso anti K. Territorio amigo, habrá pensado Giaccobe, quien en esos dos días se ganó el efímero estrellato de los que dicen disparates por la tele.

El desborde de Giaccobe, hay que decirlo, contrastó con la mesura y responsabilidad de la dirigencia opositora que, en esta oportunidad, evitó ser arriada por Clarín al chiquero político que le proponía. Salvo una reacción risueña de Mauricio Macri en el mismo programa de Lanata que no pasó a mayores, los líderes de la oposición pidieron la pronta recuperación de la Presidenta, saludaron a su familia y se comprometieron a respetar la institucionalidad. Puede que hubiera cierta especulación electoral en esas expresiones –es sabido que las sociedades rechazan cuando se golpea a alguien en situación de fragilidad–, pero cierto es también que debieron sobreponerse a la formidable presión de Clarín, que intentó por varios días validar sus críticas poniéndolas en boca de algún opositor. Lo consiguió, parcialmente, cuando puso el foco sobre Boudou, a quien ya el mismo domingo Lanata había vetado por estar investigado en presuntos actos de corrupción. Es probable que, en el fragor de la batalla, el animador no se haya percatado de que en ese mismo programa entrevistó con amabilidad a un señor que ejerce la jefatura de gobierno de una ciudad a pesar de estar procesado por el delito de espionaje: Macri. Una pena. Lanata perdió una buena chance de mostrar ecuanimidad. No faltará oportunidad. Mauricio, como lo llama al intendente, es casi un habitué en sus programas de radio y tevé.

Es cierto que Boudou hoy es uno de los políticos más castigados en las encuestas de opinión, hecho que fue propiciado y aprovechado por Clarín como un modo de exhibir al país a la deriva durante la convalecencia presidencial: “Hace tiempo que –Boudou– ignora lo que ocurre en el Gobierno”, escribió, por caso, el editor general adjunto del diario, Ricardo Roa, una de las plumas anti K más virulentas del periódico, que se abrió paso hacia la cúspide del Grupo precarizando empleos en el deportivo Olé. Por su marcado anticristinismo, Roa es el referente de los halcones de la redacción, un grupo inorgánico de periodistas que se sienten identificados con las proclamas de guerra que el directorio emite a través de su sitio web y considera al Gobierno como la representación misma del mal. Es, sin embargo, un grupo menor frente a la mayoría de “palomas” que, aunque no simpatizan con el kirchnerismo, reniegan de tener que sacrificar los principios más elementales del periodismo en el altar de la defensa de los intereses empresariales del Grupo. Esto es, precisamente, lo que provocó que en los últimos años aumentara la emigración de plumas históricas del diario o el autoexilio interno de estupendos profesionales que prefieren perder brillo antes que su integridad.

Así como Roa marca el tono desde la bienvenida editorial, el editorialista Eduardo van der Kooy plastifica los conceptos. Esta semana, por caso, machacó una y otra vez sobre la presunta inconveniencia de haber nombrado a Boudou: “La Presidenta no pareció dispuesta a mensurar debidamente ninguna de esas cosas –sus dolencias– cuando se abocó al ejercicio del poder, en especial en su segundo mandato. Empezó por construir una línea de sucesión presidencial que, con la realidad a la vista, demostraría el grado de indigencia institucional en que se encuentra sumida la Argentina (…) Boudou fue marginado hace tiempo por la propia Cristina, su autora, de cualquier tarea política significativa”. La coincidencia casi textual entre Roa y Van der Kooy debió ser casual. La mayoría de los periodistas escriben sobre lo que creen y dicen lo que les parece. Y en este caso, a ambos les parece lo mismo: que el vicepresidente debería ser un hombre empapadísimo de la gestión. Lástima que no explican de dónde surge esa certeza, porque la historia argentina, al menos, es pródiga en ejemplos contrarios. Raúl Alfonsín desconfió de Víctor Martínez, a quien acusó de conspirador y lo relegó a “tocar la campanita del Senado”. Carlos Menem se sacó de encima apenas pudo a Eduardo Duhalde y le prohibió la entrada a Olivos a Carlos Ruckauf. Chacho Álvarez inició el fin de De la Rúa. Kirchner disciplinó con dureza a Daniel Scioli, y Cobos es sinónimo político de traición para los K, mote que se ganó con holgura. Con todos estos antecedentes, era lógico que la Presidenta eligiera para su segundo mandato a alguien nacido y criado en el kirchnerismo, sin lazos con la estructura pejotista que lo alentara con fantasías de sucesión para obtener su delación y/o traición. Boudou reunía esta características, y con una más: sabe que su futuro político está atado al futuro del proyecto kirchnerista. Por estas cosas fue que CFK eligió a Boudou, no por capricho. Raro que un hombre que fuera considerado “joven brillante” del periodismo por el ex dictador Videla no considere los antecedentes que explican esa nominación.

Menos comprensible aún es la obsesión de Nelson Castro con lanzar telediagnósticos sobre la salud presidencial. Habrá que concederle que con sus libros sobre las supuestas enfermedades que habrían aquejado a ex presidentes ya fallecidos encontró un nicho rentable donde explotar su doble rol de periodista y egresado de la Facultad de Medicina. Pero una cosa es especular sobre las supuestas patologías de presidentes que ya no están –ni pueden desmentir–, y otra muy distinta es emitir diagnósticos sobre la mandataria en función. Si no es por prudencia profesional, al menos el pudor de no haber visto ningún estudio aconsejaría guardar silencio hasta la emisión de partes oficiales. No es, por cierto, lo que hizo el doctor Castro, quien se paseó por los programas vinculando la dolencia presidencial al misterioso Síndrome de Hubris que él mismo había diagnosticado desde la pantalla de TN. Ningún neurólogo se tomó en serio la sugerencia, del mismo modo que ningún psiquiatra, como lo expresara el actor Diego Peretti, se tomó en serio la existencia del dichoso “síndrome del poder”.

A pesar de estas evidencias, Castro surcó los canales de la ciudad para encubrir en un supuesto saber científico su negativa consideración sobre la gestión K. Por cierto, Castro tiene tanto derecho a despreciar las políticas públicas del kirchnerismo como el público a despreciar las operaciones políticas que intenta Castro.

Algo de este rechazo habrán percibido en Clarín, porque para el miércoles 9 el raid del doctor Nelson se extinguió y hasta redujo al máximo la última ocurrencia de su periodista estrella, Lanata, quien el martes no había tenido mejor idea que internarse por un problema renal en la Fundación Favaloro, justito donde estaba convaleciente CFK. La excéntrica situación disparó todo tipo de especulaciones, de esas que tanto gustan al animador. La más benigna, difundida por su entorno, es que Lanata debía realizarse una intervención renal producto de una vieja afección. La más extrema, que el conductor montó un show para ganar aún más espacio en los medios. Al principio, hay que decirlo, lo logró: TN partió pantalla con la imagen de CFK y Lanata, ambos internados en el mismo lugar. Pero al final del día, el animador fue derivado al Hospital Británico –donde habitualmente realiza sus tratamientos– y el tema pasó a ocupar un pequeño espacio en la página 11 de la edición de Clarín. A esa altura, en la pantalla de TN se difundía el hashtag de Twitter #fuerzaCristina. Ver para creer.
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Ataque repudiable   El miércoles pasado se vivió un desagradable momento cuando la periodista Sandra Borghi, del canal de noticias TN, del Grupo Clarín, fue agredida en la puerta de la Fundación Favaloro por algunos militantes que llevaban su apoyo a la presidenta Cristina Fernández. Según relatan testigos, además de insultos, la cronista tuvo que escapar del asedio de una mujer que se le acercó con una tijera. Todo ocurrió luego de que el secretario de Medios, Alfredo Scocimarro, leyera el segundo parte médico sobre la salud de la Presidenta. Días anteriores también había sido insultada la movilera Mercedes Ninci, aunque no se llegó a la agresión física. “Fue algo terrible, hace quince años que trabajo en la calle y nunca viví algo así”, dijo Borghi en declaraciones que reprodujo el portal www.clarin.com. Este lamentable incidente, condenable por donde se lo mire, recuerda a otro anterior que sufrió la periodista Cynthia García de parte de exaltados manifestantes opositores en sendas marchas del 8 de noviembre de 2012 y el 18 de abril de este año.
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  El posoperatorio   La primera aclaración, necesaria, es que el hematoma subdural crónico es un cuadro más frecuente de lo que cualquiera podría imaginar. Y que aunque suena como algo tendiente a grave, no lo es. La afección que llevó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al quirófano del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro puede ser consecuencia de distintas causas, pero la más común es un golpe en el cráneo que, incluso, puede parecer intrascendente.
Esos golpes pueden ocasionar un pequeño y lento sangrado de las venitas que comunican la superficie de la corteza cerebral con las meninges, tres capas finas de tejido denominadas duramadre, aracnoides y piamadre, que protegen el cerebro y el sistema nervioso central. El espacio subdural es el que está entre la aracnoides y la duramadre.

El hematoma (acumulación de sangre) subdural se detecta días o semanas después de su inicio –en el caso de la Presidenta, se golpeó el 12 de agosto pero los estudios que se le realizaron en ese momento no detectaron el sangrado–, y suele presentar síntomas tardíos, como cefaleas o mareos. Pero como no está localizado dentro del cerebro, sino entre el cerebro y el cráneo, no produce síntomas neurológicos.

Una vez detectado, si no es muy grande y no ocasiona, por ejemplo, trastornos del lenguaje o dificultades motrices en el paciente, se monitorea su evolución, ya que a veces el organismo lo reabsorbe. En los casos en que sí provoca trastornos, la solución es la cirugía que consiste en una pequeña perforación en el cráneo y la colocación de una cánula. Por una cuestión física, el líquido sale solo. Se realiza bajo control tomográfico y anestesia local.

Después de la operación quirúrgica, el paciente deberá permanecer en terapia intensiva para monitoreo durante las primeras 48 horas. Mantener reposo físico es fundamental para permitir una evolución favorable y aunque el tiempo de recuperación depende de cada persona, se estima que lo ideal es entre 20 y 30 días. Si bien el trabajo intelectual no es considerado contraproducente, sí es necesario evitar los viajes en avión hasta la recuperación total de la cirugía.
  Fuente:veintitres.infonews.com


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