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3 de abril de 2022

“Cuando los ingleses avanzaban, nuestros jefes retrocedían y nos abandonaban”

El actual presidente del Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas - Avá Ñaró de Monte Caseros, le contó a El Litoral sus vivencias en las islas y el reclamo a los oficiales por los errores cometidos en el conflicto bélico.

Pasaron 40 años del comienzo de la guerra de Malvinas, un conflicto desatado en el otoño austral de 1982, que duró algo más de dos meses, dejó unos mil muertos y heridas abiertas que siguen hasta hoy.

En esa época y por el contexto, los niños jugaban a la guerra, argentinos contra ingleses. En la televisión se leía “Ya estamos ganando”. Era la propaganda oficial del gobierno de facto como parte de la campaña interna para mantener el entusiasmo de la gente. La realidad era otra y en las islas, rodeadas del frío Océano Atlántico, se aproximaba la derrota.

En las casas, en los bares, en las calles, no había solo ilusión infantil o ingenuidad adulta. Si bien muchos mayores replicaban la lógica del juego de guerra y el triunfalismo bélico alimentado por la desinformación, otros tantos sabían o intuían que el conflicto estaba destinado al fracaso. 

Carlos Enriori es oriundo de Monte Caseros y excombatiente que participó del conflicto contra los británicos en el Atlántico Sur. Su historia con Malvinas comienza un año antes de la guerra, cuando es sorteado en Corrientes para el servicio militar obligatorio. Él, al igual que miles de jóvenes, no imaginaba lo que el destino (o la Junta Militar) le tenía preparado.

El correntino, que en la actualidad es presidente del Centro de Veteranos Guerra de Malvinas - Avá Ñaró, estudió tres años en la Escuela Técnica Nº 2 “Bernardino Rivadavia” de la ciudad de Corrientes, porque en esa época en la localidad de Monte Caseros no había una institución de ese tipo, aunque sí realizó el ciclo básico. “Quería ser maestro mayor de obra, entonces decidí mudarme a la capital, donde vivía mi hermano, que estudiaba Bioquímica. Me hubiese gustado seguir con la carrera de arquitectura”, indicó.

—¿Cuándo llegaste al servicio militar, en ese momento obligatorio?

—En 1982 entré en la colimba, en febrero nosotros hicimos un ingreso a la instrucción: te llevan al campo, y a la vuelta me dieron el destino a la plana mayor, donde están los jefes de regimiento. Al ser maestro mayor de obra, era útil para las oficinas y ese era el trabajo que hacía.

—¿Cómo supieron que iban a ir a la guerra de Malvinas?

—A nosotros nunca nos dijeron, estando dentro del servicio militar todo el regimiento comienza a armarse para ir al sur. El destino del regimiento de infantería 4, que integraba, no era ir a la guerra, nosotros fuimos de Monte Caseros en tren a Paraná (Entre Ríos), de ahí a Comodoro Rivadavia (Chubut) en avión, y nos quedamos unos días sin saber cuál era el destino ni cuál sería nuestro rol.

—¿Cuál terminó siendo su destino?

—Cuando toman Malvinas crean la Compañía C, que la conformaron las clases nuevas; entre esas entraba yo, la clase 63. Además, de todos los que estaban en la zona como choferes o convocados. La compañía no existe en un regimiento, está conformada en el caso de que haya una guerra. Se suponía que el destino de Monte Caseros era  cubrir los batallones del sur y que quienes estaban ahí iban a ir a Malvinas porque estaban más preparados con ropas, entrenamiento y armas. Yo había entrado hace dos meses y no sabía absolutamente nada; cuando a mí me asignan a la Compañía C, me sacan de una oficina y me ponen como apuntador de mortero, que no lo conocía, no sabía cómo era. 

—¿Cómo fueron los primeros días tras saber que irían a la guerra? 

—En Comodoro Rivadavia, el Regimiento de Infantería 4 fue destinado a Malvinas. El día que llegamos nos llevaron en avión y comenzamos a hacer lo que nos ordenaban. Caminábamos muchos kilómetros, dormíamos en carpas, nos mojábamos y así fue todo el recorrido. Era muy improvisado, nosotros como soldados conscriptos nunca sabíamos qué iba a pasar. Los suboficiales que estaban a cargo nuestro no sabían si venían o no los ingleses, ni si habría guerra. Después del paso del tiempo nos dimos cuenta que Galtieri metió regimientos para que los ingleses no combatan porque había soldados argentinos en todas las islas, pero eso no fue así.  

—¿Qué sucedió cuando llegaron los ingleses a tomar las islas? 

—El 1 de mayo bombardearon el aeropuerto y el 2 de mayo fue el hundimiento del General Belgrano y siguió, siempre teníamos la esperanza de que no pasaría nada y a mediados de ese mes desembarcaron los ingleses en la isla. Nosotros estábamos en el cerro Dos Hermanas y ellos estaban en Monte Kent, detrás de las colinas; nosotros no los veíamos, solo cuando con helicópteros cambiaban de posición y desde ahí atacaban. Hasta que el 11 de junio hicieron el avance y corren a toda la primera línea del regimiento 4 y en el segundo avance, el 13 de junio, corren al batallón de infantería de la marina y ahí se terminó la guerra. Nosotros desde que salimos del regimiento no nos habíamos bañado, lo hicimos recién en el camarote del Canberra, un avión bombardero de la Fuerza Aérea Británica, con agua caliente y toallas que nos dieron los ingleses. 

—¿Qué sabían sobre el conflicto durante y después de la guerra?

—Los generales sabían detalladamente lo que sucedió en Malvinas porque hacían informes, y escondieron todo lo que pasó. Crearon leyes para que se guarden y en 2015 se desclasificó el informe Rattenbach, donde estaban todos los archivos. Había una cantidad de soldados desnutridos y con problemas. En la posguerra eso se notó y fue durísimo para todos.

—Hay videos donde se ve a soldados que se dirigen a Malvinas con alegría, ¿por qué? 

—El hecho de que muchos iban a la guerra quizá contentos se debía a una cuestión cultural. En mi caso, en mi familia siempre se habló de la situación política del país sobre el momento que se vivía en dictadura. En mi familia teníamos algo de conocimiento y lo que hacían los militares me causaba molestia, más cuando tomaron Malvinas, porque no era una acción decidida por un pueblo sino por la junta militar. Para el resto de los compañeros era alistarse e ir sin saber con qué nos encontraríamos, porque uno a los 18 años, sin conocimiento del país, era como un viaje de turismo; después nos chocamos en una pared. El estado de ánimo que llevaban muchos soldados fue totalmente contrario a cuando volvieron. 

— ¿Por qué pensás que los soldados argentinos fueron de forma improvisada?

—Nos dábamos cuenta que no teníamos ropa adecuada, ni armamento, y los que había se deterioraban. No había para limpiar, entonces era improvisación. En aquel momento vine con la imagen de que todo fue un absurdo y más cuando ves a tus compañeros muertos. Después los declaran “los héroes que estuvieron en Malvinas”, y lo respeto, pero cuando mi compañero murió con proyectiles en los brazos por la onda expansiva de una bomba, comprendés lo que te hace mal a la salud mental y que lo llevás durante la posguerra.

—¿Tuviste problemas de salud mental en la posguerra?

—Hoy lo cuento normal, pero por quince años no pude hablar sobre la muerte de mi compañero, que se llamaba Ramón Palavecino, del Chaco; ni siquiera podía nombrarlo. Lo puedo hacer ahora porque hubo un trabajo con psicólogos y lo superé. Me impactó la falta de profesionalismo de los militares argentinos. No teníamos a nadie que nos acompañe ni que nos proteja. Cuando sentís que te desprecian, que te esconden la comida para comer ellos y te dan un plato de sopa. Teníamos que robar para comer. No había cambios de ropa. Cuando los ingleses avanzaban, nuestro jefes retrocedían y te abandonaban; eso nos impactó. La mayoría de los soldados lo vivieron en distintos lugares, acá en Caseros tengo compañeros que por comer un cordero los estaquearon contra un alambrado casi desnudos, y robaron porque no les daban de comer. 

—El año pasado en un acto relataste en parte lo que hacían sus superiores al mando y se escucharon abucheos. ¿Qué fue lo que sucedió?

—Les dolió mucho que les relatara lo que mis compañeros sufrieron y sufren. Porque no es que lo contaron en su momento y ya pasó, sienten bronca por los oficiales que lo hicieron y las denuncias están hechas en Río Grande y la Corte Suprema no se expide, entonces esas heridas no se cierran. Nunca van a cerrarse hasta que no se enjuicie a los militares que torturaron a los combatientes, y es una carga emocional fuerte. A mí también me duele porque tengo ese sentimiento de amistad y compañerismo, de solidaridad, que no puedo dejar de decir y contar lo que vivieron. Deberían haber cuidado a los soldados porque era un enemigo común.

—¿Había oficiales que estuvieron en las islas en el acto del año pasado en Monte Caseros?

—Sí, había una agrupación que estaba frente al palco de suboficiales y militares comenzaron a gritarme porque les molestaba lo que decía y querían que me calle. Hasta el día que me muera no lo voy a hacer y hasta que se hagan responsables seguiremos denunciándolos. Después de ese día, muchos compañeros del interior de la provincia y del país me llamaron para agradecerme porque decían que hablé por ellos, que los ayudé a sacar un peso de encima, y me decían: “Vos dijiste eso que no le puedo contar a mi familia”.

—¿Por qué pensás que tratan de censurar testimonios relacionados a la tortura de los soldados por parte de sus propios oficiales?

—El día que salimos del cuartel, el jefe de regimiento nos recomendó no hablar. En los archivos del 2015 aparece la acción psicológica que el Ejército hizo para contrarrestar lo que decíamos. Lo triste es que todavía lo implementan y tratan de evitar que hablen. Por eso, tres oficiales del regimiento 4 me mandaron cartas documentos para que me retractara de lo que dije, y lógicamente no lo voy a hacer porque no los nombré y porque es lo que pasó. Después ellos presionaron para que me saquen del centro y no sea más el presidente porque era una barbaridad lo que decía; si eso todavía existe, es porque la institución acompaña para que no se sepa la verdad.

—En ese sentido, ¿creés que en algún momento se va a aclarar esa situación?

—Sé que el camino para una verdadera integración es contar la verdad de lo que pasó en Malvinas, no se puede mentir sobre eso y más si no se asumen las responsabilidades. A la larga la institución va a tener que hablar sobre todo, porque están restringidos. El soldado siempre fue en el cuartel el último, era el empleado del ejército y así lo llevaron a Malvinas. Crearon un relato de heroísmo para no hablar de la guerra, por eso les digo que primero tienen que hablar con la verdad y después hablar sobre defensa y soberanía. Una guerra es espantosa, en el crucero General Belgrano hubo 323 muertos que sí son héroes pero porque  los mandaron a la muerte; ese fue el error de las Fuerzas Armadas y no lo quieren asumir. Para los combatientes los únicos héroes que existen son los que murieron en Malvinas. Nosotros no nos consideramos, a pesar de que la sociedad sí lo hace.

—Volviste a las islas en 2006, ¿recordás las sensaciones que tuviste al pisar ese suelo de nuevo?

—Recorrí los lugares donde estuvimos, no es lo mismo regresar ahora, donde uno puede levantar la vista y ver el paisaje; antes no mirábamos, solo buscábamos dónde refugiarnos. Pudimos ir a muchos lugares, y ese regreso fue muy bueno. Cuando volví, busqué a Rosa Giménez, madre de mi compañero Palavecino, y le conté cómo murió su hijo y después la traje a Monte Caseros. En Malvinas, cuando encontré el lugar donde había estado, lloré casi un hora. Pasaron cuarenta años y hubo tiempo que no fuimos reconocidos y ahora por suerte tenemos estos homenajes que nos llenan de orgullo como correntinos y estamos cada vez más unidos. 

—¿Qué reflexión podés hacer después de estas cuatro décadas desde que sucedió el conflicto?

—Hay que evitar la guerra, porque es trágica no para quien combate, sino para la familia del inglés, del ucraniano o del ruso, y eso hay que evitar. Hace cuarenta años fue la guerra de Malvinas y para nosotros es como si hubiera sido ayer, todos mis compañeros te hablan como si la estuvieran viviendo. No puede haber más guerras. Esto debe ser un “Nunca más” como lo es en el Día de la Memoria, y no se debe mezclar la soberanía y la patria con la guerra. Tenemos que superar lo sucedido y no quedarnos empantanados. 

Fuente:www.ellitoral.com.ar



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